Atropellados, por la pampa suelta,
los raudos potros en febril disputa,
hacen silbar sobre la sorda ruta
los huracanes en su crin revuelta.
Atrás dejando la llanura envuelta
en polvo, alargan la cervíz enjuta,
ya su carrera retumbante y bruta
cimbran los pindos y la palma esbelta.
Ya cuando cruzan el austral peñasco,
vibra un relincho por las altas rocas,
entonces paran el triunfante casco,
resoplan roncos, ante el sol violento,
y alzando en grupo las cabezas locas
oyen llegar el retrasado viento.
JOSÉ EUSTACIO RIVERA (San Mateo-Rivera, Colombia; 19 de febrero de 1889 – Nueva York, Estados Unidos; 1 de diciembre de 1928)
miércoles, 7 de marzo de 2012
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