Ángel de la guarda.
Sé que aún,
aquel ángel delgado de pesadísimas alas,
viene en las noches, entra en mi casa, sin tocar,
para medirse mis ropas,
mientras duermo. Aquel saco del fondo del clóset,
le va bien;
también la bufanda para las noches frías,
mis zapatos sieteleguas.
Tiene la voz de una mujer;
sus ojos son, lo sé,
del mismo color de los cuchillos nuevos;
se va con la aurora,
dejando plumas en las ventanas
y ese olor de pájaro leal.
Hoy, sin embargo, me ha dejado
una pesada responsabilidad:
No sé qué haré con su espada de oro
en esta ciudad
donde escasean los justos.
MEDARDO ARIAS SATIZÁBAL.
Isla de Buenaventura, Colombia, 1956.