Con
que tranquilidad avanzamos
a
través de días y meses,
y
cantamos en voz baja
una
negra canción de cuna,
cuán
fácil los lobos secuestran
a
nuestros hermanos,
con
qué levedad
respira
la muerte,
con
qué rapidez
navegan
los barcos
por
las arterias.
LA
MAJESTUOSIDAD DEL SUEÑO.
El
sueño, cual veranda de una casa rural,
te
descubre el bosque, las sombras
y
el interior de los recuerdos.
El
sueño es un espíritu libre de obligaciones,
la
orgullosa capital de la poesía y el teatro.
El
sueño es un pensamiento aún sin encarnar
que
la envidiosa realidad apenas alimenta.
El
sueño es la Asiria severa y valiente.
El
sueño es la Toscana vista al alba,
cuando
los finos árboles beben tinta
de
la negra tierra; y es la ciudad
que
respira en largos cigarrillos de tristeza.
El
sueño visita hospitales y cárceles,
consuela
a los afligidos
como
una monja de corazón puro.
El
sueño se apaga, cansado;
muere
plácido, sin rencor
y
sin heredero, como Norwid.
NADAR.
Los
ríos de este país son dulces
como
una canción trovadoresca,
el
pesado sol se dirige hacia occidente
en
amarillas carretas ciecenses.
En
las pequeñas iglesias rurales
aparece
el tejido del silencio, tan fino
y
antiguo que una sola respiración
podría
romperlo.
Me
gusta nadar en el mar que siempre
está
hablando solo
con
la voz monótona de un viajero
que
ya ni siquiera recuerda
cuánto
tiempo lleva de viaje.
Nadar
es como una oración:
las
manos se unen y se separan,
se
unen y se separan,
casi
sin fin.
BÁRBAROS.
Éramos
nosotros los bárbaros.
Era
ante nosotros que temblabais en los palacios.
Nos
esperabais con el corazón estremecido.
Eran
sobre nuestras lenguas que decíais:
quizá
se formen sólo de consonantes,
de
susurros, murmullos y hojas secas.
En
los negros bosques vivíamos nosotros.
Era
a nosotros que nos temía Ovidio en Tomos,
éramos
nosotros los que veneraban a dioses
cuyos
nombres no sabíais pronunciar.
Pero
también nosotros conocimos la soledad
y
el temor, y dejamos la poesía.
Adam
Zagajewski.
Poemas
extraídos de texto: “Deseo”.