miércoles, 31 de julio de 2013

LOS USOS DE LA POESÍA.- WILLIAM CARLOS WILLIAMS.

LOS USOS DE LA POESÍA.
(The Uses of Poetry)

Me he encariñado con anticipación de un día
Saturado con pura diversión actualmente,
Por lo cual debo leer una señora poesía
Al tiempo que nos deslizamos por muchos laureles frondosos,

Escondido en lo profundo de fragmentos, donde hay una reproducción aleatoria
El negro brillante efimeramente alado, o a dónde huir
un polluelo asustado de garganta silenciosa,
A quién hemos asustado ociosamente en nuestro muy bamboleado bote.

Porque, para que no este demasiado entristecido por tales males como la primavera
Por la paz rural de nuestra mansa tendencia hacia adelante,
¿Qué otra cosa más sana? Sacaremos la cuerda del pestillo

Y cerraremos la puerta de los sentidos, y luego de saciarnos,
En la ala gigante transformada de la poesía,
De mundos lejanos cuyos frutos nos cura a todos de la angustia.
William Carlos Williams
Nació en Rutherford, Nueva Jersey, el17 de septiembre de 1883 y murió en Rutherford, Nueva Jersey el 4 de marzo de 1963, fue un escritor estadounidense vinculado al modernismo y al imagismo. Es especialmente conocido por su obra poética.
William Carlos Williams
Versión al español por:JUAN DIEGO AMOROZ  ETXABARRIA.®

lunes, 29 de julio de 2013

POEMAS DE PORFIRIO BARBA JACOB.

Canción de la Vida Profunda
 

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar...
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonría...
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar...
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en Abril el campo, que tiembla de pasión;
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de obscuro pedernal;
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
-¡niñez en el crepúsculo! ¡lagunas de zafir!-
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
¡y hasta las propias penas! nos hacen sonreír...
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer;
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar:
el alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Mas hay también ¡oh Tierra! un día... un día... un día
en que levamos anclas para jamás volver;
un día en que discurren vientos ineluctables...
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

El Son del Viento
 

El son del viento en la arcada
tiene la clave de mí mismo:
soy una fuerza exacerbada
y soy un clamor de abismo.
Entre los coros estelares
oigo algo mío disonar.
Mis acciones y mis cantares
tenían ritmo particular.
Vine al torrente de la vida
en Santa Rosa de Osos,
una medianoche encendida
en astros de signos borrosos.
Tomé posesión de la tierra,
mía en el sueño y el lino y el pan;
y, moviendo a las normas guerra,
fui Eva... y fui Adán.
Yo ceñía el campo maduro
como si fuera una mujer,
y me enturbiaba un vino oscuro
de placer.
Yo gustaba la voz del viento
como una piñuela en sazón,
y me la comía... con lamento
de avidez en el corazón.
Y, alígero esquife al día,
y a la noche y al tumbo del mar,
bogaba mi fantasía
en un rayo de luz solar.
Iba tras la forma suprema,
tras la nube y el ruiseñor
y el cristal y el doncel y la gema
del dolor.
Iba al Oriente, al Oriente,
hacia las islas de la luz,
a donde alzara un pueblo ardiente
sublimes himnos a lo azul.
Ya, cruzando la Palestina,
veía el rostro de Benjamín,
su ojo límpido, su boca fina
y su arrebato de carmín.
O de Grecia en el día de oro,
do el cañuto le daba Pan,
amaba a Sófocles en el Coro
sonoro que canta el Peán.
O con celo y ardor de paloma
en celo, en la Arabia de Alá
seguía el curso de Mahoma
por la hermosura de Abdalá:
Abdalá era cosa más bella
que lauro y lira y flauta y miel;
cuando le llevó una doncella
¡cien doncellas murieron por él!
... Mis manos se alzaron al ámbito
para medir la inmensidad;
pero mi corazón buscaba ex-ámbito
la luz, el amor, la verdad.
Mis pies se hincaban en el suelo
cual pezuña de Lucifer,
y algo en mí tendía el vuelo
por la niebla, hacia el rosicler...
Pero la Dama misteriosa
de los cabellos de fulgor
viene y en mí su mano posa
y me infunde un fatal amor.
Y lo demás de mi vida
no es sino aquel amor fatal,
con una que otra lámpara encendida
ante el ara del ideal.
Y errar, errar, errar a solas,
la luz de Saturno en mi sien,
roto mástil sobre las olas
en vaivén.
Y una prez en mi alma colérica
que al torvo sino desafía:
el orgullo de ser, ¡oh América!
el Ashaverus de tu poesía...
Y en la flor fugaz del momento
querer el aroma perdido,
y en un deleite sin pensamiento
hallar la clave del olvido;
después un viento... un viento... un viento...
¡y en ese viento, mi alarido!

Canción del Tiempo y el Espacio
 

El dulce niño pone el sentimiento
entre la pompa de jabón que fía
el lirio de su mano a la extensión.
El dulce niño pone el sentimiento
y el contento en la pompa de jabón.
Yo pongo el corazón -¡pongo el lamento!
entre la pompa de ilusión del día,
en la mentira azul de la extensión.
El dulce niño pone el sentimiento
y el contento. Yo pongo el corazón...

Lamentación de Octubre
 

Yo no sabía que el azul mañana
es vago espectro del brumoso ayer;
que agitado por soplos de centurias
el corazón anhela arder, arder.
Siento su influjo, y su latencia, y cuando
quiere sus luminarias encender.
Pero la vida está llamando,
y ya no es hora de aprender.
Yo no sabía que tu sol, ternura,
da al cielo de los niños rosicler,
y que, bajo el laurel, el héroe rudo
algo de niño tiene que tener.
¡Oh, quién pudiera de niñez temblando,
a un alba de inocencia renacer!
Pero la vida está pasando,
y ya no es hora de aprender.
Yo no sabía que la paz profunda
del afecto, los lirios del placer,
la magnolia de luz de la energía,
lleva en su blando seno la mujer.
Mi sien rendida en ese seno blando,
un hombre de verdad pudiera ser...
¡Pero la vida está acabando,
y ya no es hora de aprender!

Elegía de Septiembre
 

Cordero tranquilo, cordero que paces
tu grama y ajustas tu ser a la eterna armonía:
hundiendo en el lodo las plantas fugaces
huí de mis campos feraces
un día...
Ruiseñor de la selva encantada
que preludias el orto abrileño:
a pesar de la fúnebre muerte, y la sombra, y la nada,
yo tuve el ensueño.
Sendero que vas del alcor campesino
a perderte en la azul lontananza:
los dioses me han hecho un regalo divino:
la ardiente esperanza.
Espiga que mecen los vientos, espiga
que conjuntas el trigo dorado:
al influjo de soplos violentos,
en las noches de amor, he temblado.
Montaña que el sol transfigura.
Tabor al febril mediodía,
silente deidad en la noche estilífera y pura:
¡nadie supo en la tierra sombría
mi dolor, mi temblor, mi pavura!
Y vosotros, rosal florecido,
lebreles sin amo, luceros, crepúsculos,
escuchadme esta cosa tremenda: ¡He Vivido!
He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos,
y voy al olvido...

Porfirio Barba Jacob
Nació en Santa Rosa de Osos, el 29 de julio de 1883, murió en Ciudad de México, el14 de enero de 1942, fue uno de los seudónimos del poeta colombiano Miguel Ángel Osorio Benítez
 
Fuente: Antología de la Poesía Colombiana.Colombia

viernes, 26 de julio de 2013

POEMAS DE RAFAEL POMBO.

De noche
 
La vieillese est une voyageuse
de nuit.
Chateaubriand

No ya mi corazón desasosiegan
Las mágicas visiones de otros días.
¡Oh Patria! ¡oh casa! ¡oh sacras musas mías!...
...Silencio! Unas no son, otras me niegan.

Los gajos del pomar ya no doblegan
Para mí sus purpúreas ambrosías;
Y del rumor de ajenas alegrías
Sólo ecos melancólicos me llegan.

Dios lo hizo así. Las quejas, el reproche
Son ceguedad. ¡Feliz el que consulta
Oráculos más altos que su duelo!

Es la Vejez viajera de la noche;
Y al paso que la tierra se le oculta,
Abrese amigo a su mirada el cielo.


Preludio de primavera a...
 
Ya viene la galana primavera
Con su séquito de aves y de flores,
Anunciando a la lívida pradera
Blando engramado y música de amores.

Déja ¡oh amiga! el nido acostumbrado
Enfrente de la inútil chimenea;
Ven a mirar el sol resucitado
Y el milagro de luz que nos rodea.

Déja ese hogar, nuestra invención mezquina
Ven a este cielo, al inmortal brasero
Con que el amor de Dios nos ilumina
Y abrasa como padre al mundo entero.

Ven a este mirador, ven y presencia
La primera entrevista cariñosa
Tras largo tedio y dolorida ausencia
Del rubio sol y su morena esposa;

Ella no ha desceñido todavía
Su sayal melancólico de duelo,
Y en su primer sonrisa de alegría
Con llanto de dolor empapa el suelo.

No esperaba tan pronto al tierno amante,
Y recelosa en su contento llora.
Y parece decirle sollozante:
¿Por qué si te has de ir vienes ahora?

Ya se oye palpitar bajo esa nieve
Tu noble pecho maternal, Natura,
Y el sol palpita enamorado y bebe
El llanto postrimer de tu amargura.

"¡Oh, qué brisa tan dulce! -va diciendo-
"Yo traeré miel al cáliz de las flores";
"Y a su rico festín ya irán viniendo"
"Mis veraneros huéspedes cantores",

¡Qué luz tan deliciosa! es cada rayo,
Larga mirada intensa de cariño,
Sacude el cuerpo su letal desmayo
Y el corazón se siente otra vez niño.

Esta es la luz que rompe generosa
Sus cadenas de hielo a los torrentes
Y devuelve su plática armoniosa
Y su alba espuma a las dormidas fuentes.

Esta es la luz que pinta los jardines
y en ricas tintas la creación retoca;
La que devuelve al rostro los carmines
y las francas sonrisas a la boca.

Múdanse el cierzo y ábrego enojosos
y andan auras y céfiros triscando
como enjambre de niños bulliciosos
que salen de su escuela retozando.

Naturaleza entera estremecida
comienza a preludiar la grande orquesta,
y hospitalaria a todos nos convida
a disfrutar su regalada fiesta.

Y todos le responden: toda casa
Abrese al sol bebiéndolo a torrentes.
Y cada boca al céfiro que pasa,
Y al cielo azul los ojos y las frentes.

Al fin soltó su garra áspera y fría
El concentrado y taciturno invierno,
Y entran en comunión de simpatía
Nuestro nundo interior y el mundo externo.

Como ágil prisionero pajarillo
Se nos escapa el corazón cantando.
Y otro como él y un verde bosquecillo
En alegre inquietud anda buscando;

O una arbolada cumbre, deslizante
Sobre algún valle agreste y silencioso,
Desde donde cantar en dueto amante
Un Dios tan bueno, un mundo tan hermoso;

Una vida tan dulce, cuando al lado
Hay otro corazón que nos lo diga
Con un cerrar de mano alborozado
O una mirada tiernamente amiga;

Un corazón que para el nuestro sea
Luz de esa vida y centro de ese mundo;
Hogar del alma, santa panacea
Y abrevadero al labio sitibundo...

Por hoy el ave amante busca en vano
Su ara de amor, su plácida espesura:
Que ha borrado el Artista Soberano
Con cierzo y nieve su mejor pintura.

Pero no desespera, oye una pía
Voz misteriosa que su instinto encierra
De que así como a el alma la alegría
Volverá la alegría de la tierra;

Al jardín, con sus flores, la sonrisa;
Y al mustio prado la opulenta alfombra;
Rumor y olor de selvas a la brisa,
Y al bosque los misterios de su sombra.

Nuevo traje de fiesta a todo duelo,
Nueva risa de olvido a todo llanto;
¿Y a mí?... Tal vez el árido consuelo
De recordar mi dicha al són del canto.

Quizá, como a su cebo emponzoñado,
Vuelve la fiera que su mal no ignora,
Iré ya solo, y triste, y olvidado
A esos parajes que mi mente adora...

¿Habrá sido todo eso una quimera
Que al fuego del hogar vi sin palparla?
¡Ah! fue tan dulce, que morir quisiera
Antes que despertar y no encontrarla...

Tú que aún eres feliz, tú en cuyo seno
Preludia el corazón su abril florido,
Vaso edenal sin gota de veneno,
Alma que ignoras decepción y olvido:

Déja ¡oh paloma! el nido acostumbrado
Enfrente de la inútil chimenea;
Ven a mirar el sol resucitado
Y el milagro de luz que nos rodea.

Ven a ver cómo entre su blanca y pura
Nieve, imagen de ti resplandeciente,
También a par de ti, la gran Natura
Su dulce abril con júbilo presiente.

No verás flores. Tus hermanas bellas
Luego vendrán, cuando en el campo jueguen
Los niños coronándose con ellas;
Cuando a beber su miel las aves lleguen.

Verás un campo azul, limpio, infinito,
Y otro a sus pies de tornasol de plata,
Donde, como en tu frente, ángel bendito,
La gloria de los cielos se retrata.

Nada hay más triste que un alegre día
Para el que no es feliz; pero en mi duelo
Recordaré a la luz de tu alegría
Que un tiempo el mundo para mí fue un cielo.


Noche de diciembre
 
Noche como ésta, y contemplada a solas
No la puede sufrir mi corazón:
Da un dolor de hermosura irresistible,
Un miedo profundísimo de Dios.

Ven a partir conmigo lo que siento,
Esto que abrumador desborda en mí;
Ven a hacerme finito lo infinito
Y a encarnar el angélico festín.

¡Mira ese cielo!... Es demasiado cielo
Para el ojo de insecto de un mortal,
Refléjame en tus ojos un fragmento
Que yo alcance a medir y a sondear.

Un cielo que responda a mi delirio
Sin hacerme sentir mi pequeñez;
Un cielo mío, que me esté mirando
Y que tan sólo a mí mirando esté.

Esas estrellas... ¡ay, brillan tan lejos!
Con tus pupilas tráemelas aquí
Donde yo pueda en mi avidez tocarlas
Y apurar su seráfico elixír.

Hay un silencio en esta inmensa noche
Que no es silencio: es místico disfraz
De un concierto inmortal. Por escucharlo,
Mudo como la muerte el orbe está.

Déjame oírlo, enamorada mía,
Al través de tu ardiente corazón:
Sólo el amor transporta a nuestro mundo
Las notas de la música de Dios.

El es la clave de la ciencia eterna,
La invisible cadena creatriz
Que une al hombre con Dios y con sus obras,
Y Adán a Cristo y el principio al fin.

De aquel hervor de luz está manando
El rocío del alma. Ebrio de amor
Y de delicia tiembla el firmamento,
Inunda el Creador la creación.

¡Sí, el Creador! cuya grandeza misma
Es la que nos impide verlo aquí,
Pero que, como atmósfera de gracia,
Se hace entretanto por doquier sentir...

Déjame unir mis labios a tus labios,
Une a tu corazón mi corazón,
Doblemos nuestro ser para que alcance
A recoger la bendición de Dios.

Todo, la gota como el orbe, cabe
En su grandeza y su bondad. Tal vez
Pensó en nosotros cuando abrió esta noche,
Como a las turbas su palacio un rey.

¡Danza gloriosa de almas y de estrellas!
¡Banquete de inmortales! y pues ya,
Por su largueza en él nos encontramos,
De amor y vida en el cenit fugaz.

Ven a partir conmigo lo que siento,
Esto que abrumador desborda en mí;
Ven a hacerme finito lo infinito
Y a encarnar el angélico festín.

¿Qué perdió Adán perdiendo el paraíso
Si ese azul firmamento le quedó
Y una mujer, compendio de Natura,
Donde saborear la obra de Dios?

¡Tú y Dios me disputáis en este instante!
Fúndanse nuestras almas, y en audaz
Rapto de adoración volemos juntos
De nuestro amor al santo manantial.

Te abrazaré como la tierra al cielo
En consorcio sagrado; oirás de mí
Lo que oídos mortales nunca oyeron,
Lo que habla el serafín al serafín.

Y entonces esta angustia de hermosura,
Este miedo de Dios que al hombre da
El sentirlo tan cerca, tendrá un nombre
Y eterno entre los dos: ¡felicidad!
..............................................................
La luna apareció: sol de las almas
Sí astro de los sentidos es el sol.
Nunca desde una cúpula más bella
Ni templo más magnífico alumbró.

¡Rito imponente! Ahuyéntase el pecado
Y hasta su sombra. El rayo de esta luz
Te transfigura en ángel. Nuestra dicha
Toca al fin su solemne plenitud.

A consagrar nuestras eternas nupcias
Esta noche llegó... ¡Siento soplar
Brisa de gloria, estamos en el puerto!
Esa luna feliz viene de allá.

Cándida vela que redonda se alza
Sobre el piélago azul de la ilusión,
¡Mírala, está llamándonos! ¡Volemos
A embarcarnos en ella para Dios!


Rafael Pombo
Nació en Bogotá, República de la Nueva Granada, el 7 de noviembre de 1833 y murió en Bogotá, Colombia, el 12 de noviembre de 1912, fue un poeta, escritor, fabulista, traductor, intelectual y diplomático colombiano.
Fuente: Antología de la Poesía Colombiana.Bandera Colombiana
 

miércoles, 24 de julio de 2013

POEMAS DE JOSÉ EUSEBIO CARO IBAÑEZ.

El Ciprés
 
¡Arbol sagrado, que la obscura frente,
Inmóvil, majestuoso,
Sobre el sepulcro humilde y silencioso
Despliegas hacia el cielo tristemente!
Tú, sí, tú, solamente.
Al tiempo en que se duerme el rey del mundo
Tras las altas montañas de occidente,
Me ves triste vagando
Entre las negras tumbas,
Con los ojos en llanto humedecidos,
Mi orfandad y miseria lamentando.
Y cuando ya de la apacible luna
La luz de perla en tu verdor se acoge,
Sólo tu tronco escucha mis gemidos,
Sólo tu pie mis lágrimas recoge.
 
¡Ay! hubo un tiempo en que feliz y ufano
Al seno paternal me abandonaba;
En que con blanda mano
Una madre amorosa
De mi niñez las lágrimas secaba...
¡Y hoy, huérfano,
Del mundo desechado,
Aquí en mi patria misma
Solitario viajero,
Desde lejos contemplo acongojado
Sobre los techos de mi hogar primero
El humo blanquear del extranjero!
Entre el bullicio de los pueblos busco
Mis tiernos padres para mí perdidos;
¡Vanamente!... los rostros de los hombres
Me son desconocidos.
Y sus manes, empero, noche y día
Presentes a mis ojos afligidos
Contino están, contino sus acentos
Vienen a resonar en mis oídos.
 
Sí, funeral ciprés! Cuando la noche
Con su callada sombra te rodea;
Cuando escondido en el solitario búho
En tus obscuros ramos aletea,
La sombra de mi padre por tus hojas
Vagando me parece,
Que a velar por los días de su hijo
Del reino de los muertos se aparece.
Y si el viento sacude impetuoso
Tu elevada cabeza,
Y a su furor con susurrar medroso
Respondes pavoroso;
En los tristes silbidos
Que en torno de ti giran,
A los paternos manes
Escucho que dulcísimos suspiran.
 
¡Arbol augusto de la muerte! ¡nunca
Tus verdores abata el bóreas ronco!
¡Nunca enemiga, venenosa sierpe
Se enrosque en torno de tu pardo tronco!
¡Jamás el rayo ardiente
Abrase tu alta frente!
¡Siempre inmoble y sereno
Por las cóncavas nubes
Oigas rodar el imponente trueno!
Víve, sí, víve y cuando ya mis ojos
Cerrar el dedo de la muerte quiera,
Cuando esconderse mire en occidente
Al sol por vez postrera,
Moriré sosegado
A tu tronco abrazado.
Tú mi sepulcro ampararás piadoso
De las roncas tormentas;
Y mi ceniza entonces agradecida,
En restaurantes jugos convertida,
Por tus delgadas venas penetrando,
Te hará reverdecer, te dará vida.
 
Quizá sabiendo el infeliz destino
Que oprimió mi existencia desdichada,
Sobre mi pobre tumba abandonada
Una lágrima vierta el peregrino.

En alta mar
 
¡Céfiro rápido lánzate! ¡rápido empújame y vivo!
Más redondas mis velas pón: del proscrito a los lados,
¡Ház que tus silbos susurren dulces y dulces suspiren!
¡Ház que pronto del patrio suelo se aleje mi barco!
¡Mar eterno! ¡Por fin te miro, te oigo, te tengo!
Antes de verte hoy, te había ya adivinado;
¡Hoy en torno mío tu cerco por fin desenvuelves!
¡Cerco fatal, maravilla en que centro siempre yo hago!
¡Ah, que esta gran maravilla conmigo forma armonía!
¡Yo, proscrito, prófugo, pobre, infeliz, desterrado,
Lejos voy a morir del caro lecho paterno,
Lejos ¡ay! de aquellas prendas que amé, que me amaron!
 
Tánto infortunio sólo debe llorarse en tu seno;
¡Quien de su amor arrancado, y de patria, y de hogar y de hermanos
Sólo en el mundo se mira, debe, primero que muera,
Darte su adiós, y por última vez, contemplarte, Oceano!
 
-Yo por la tarde así, y en pie de mi nave en la popa,
Alzo los ojos -¡miro!- ¡sólo tú y el espacio!
Miro al sol que, rojo, ya medio hundido en tus aguas
Tiende, rozando tus crespas olas, el último rayo.
 
Y un pensamiento de luz entonces llena mi mente:
¡Pienso que tú, tan largo, y tan ancho y tan hondo y tan vasto,
Eres, con toda tu mole, tus playas, tu inmenso horizonte,
Sólo una gota de agua, que rueda de Dios en la mano!
 
Luégo, cuando en hosca noche, al són de la lluvia,
Poco a poco me voy durmiendo, en mi patria pensando,
Sueño correr en el campo en que niño corrí tántas veces,
Ver a mi madre que llora a su hijo, lanzarme a su brazos...
 
¡Y oigo junto entonces bramar tu voz incesante!
¡Oigo bramar tu voz, de muerte vago presagio...
Oigo las lonas que crujen, siento el barco que vuela
-Dejo entonces mis dulces sueños y a morir me preparo.
¡Oh, morir en el mar! Morir terrible y solemne,
Digno del hombre! -¡por tumba el abismo, el cielo por palio!
¡Nadie que sepa dónde nuestro cadáver se halla!
Que echa encima el mar sus olas, y el tiempo sus años!

Estar contigo
 
Oh! ya de orgullo estoy cansado,
ya estoy cansado de razón;
¡déjame, en fin, hable a tu lado
cual habla sólo el corazón!
 
No te hablaré de grandes cosas;
quiero más bien verte y callar,
no contar las horas odiosas,
y reír oyéndote hablar!
 
Quiero una vez estar contigo,
cual Dios el alma te formó;
tratarte cual a un viejo amigo
que en nuestra infancia nos amó;
 
Volver a mi vida pasada,
olvidar todo cuanto sé,
extasiarme en una nada,
y llorar sin saber por qué!
 
Ah! para amar Dios hizo al hombre!
¿Quién un hado no da feliz,
por esos instantes sin nombre
de la vida del infeliz,
cuando, con la larga desgracia
de amar doblado su poder,
toda su alma ardiendo vacía
en el alma de una mujer?
Oh padre Adán! ¡qué error tan triste
cometió en ti la humanidad,

cuando a la dicha preferiste
de la ciencia la vanidad!
 
¿Qué es lo que dicha aquí se llama
sino no conocer temor,
y con la Eva que se ama,
vivir de ignorancia y de amor?
 
Ay! mas con todo así nos pasa,
con la patria y la juventud,
con nuestro hogar y antigua casa,
con la inocencia y la virtud!...
 
Mientras tenemos despreciamos,
sentimos después de perder,
y entonces aquel bien lloramos
que se fue para no volver!

Despedida de la Patria
 
Lejos ¡ay! del sacro techo
Que mecer mi cuna vio,
Yo, infeliz proscrito, arrastro
Mi miseria y mi dolor.
Reclinado en la alta popa
Del bajel que huye veloz,
Nuestros montes irse miro
Alumbrados por el sol.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
A tu manto, cual un niño,
Me agarraba en mi aflicción;
Mas colérica tu mano
De mis manos lo arrancó;
Y en tu saña desoyendo
Mi sollozo y mi clamor,
Más allá del mar tu brazo
De gigante me lanzó.
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
De hoy ya más, vagando triste
Por antípoda región,
Con mi llanto al pasajero
pediré el pan del dolor;

De una en otra puerta el golpe
Sonará de mi bastón,
¡Ay, en balde! ¿en tierra extraña
Quién conocerá mi voz?
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
¡Ah, de ti sólo una tumba
Cada tarde la excavaba
Demandaba humilde yo!
Al postrer rayo del sol.
«¡Vé a pedirla al extranjero!»
Fue tu réplica feroz;
Y llenándola de piedras
Tu planta la destruyó.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
 
En un vaso un tierno ramo
Llevo de un naranjo en flor;
¡El perfume de la patria
Aún aspiro en su botón!
El mi huesa con su sombra
Cubrirá; y entonces yo
Dormiré mi último sueño
De sus hojas al rumor.
¡Adiós, patria!¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!

José Eusebio Caro Ibañez.
Nació en Ocaña, el 5 de marzo de 1817, murió en Santa Marta , el 28 de enero de 1853. Fue un poeta y escritor de la generación posterior a la Independencia de Colombia. También fue ideólogo y fundador de un partido político Colombiano, viajó a EE.UU. en 1850, regresó a Colombia en 1853 y murió en Santa Marta. Padre del también poeta MiguelAntonio Caro. 
 
Fuente: Antología de la Poesía Colombiana. bandera de colombia gif animados colombia mw

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