Estrecha,
amor, los nudos
del
apacible lazo
con
que estos corazones
están
aprisionados.
Estréchalos,
de modo
que
ni el terrible brazo
de
la impiadosa muerte
consiga
desatarlos.
Hace
tiempos que, unidos
con
indecible encanto,
bendicen
la fortuna
de
verse cautivados.
Ni
males, ni peligros,
ni
angustias, ni trabajos,
ni
la fortuna adversa
ha
podido apartarlos.
Estrecha,
pues, estrecha,
dulce
amor, estos lazos,
de
suerte que túmismo
no
puedas desatarlos.
José
María Gruesso.
(1779
- 1835)
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