Deliquios
del Divino Amor en el corazón
de
la criatura y en las agonías del huerto.
I
El
habla delicada
del
amante que estimo,
miel
y leche destila
entre
risas y lirios.
Su
meliflua palabra
corta
como rocío,
y
con ella florece
el
corazón marchito.
Tan
suave se introduce
su
delicado silbo
quue
duda el corazón
si
es el corazón mismo.
Tan
eficaz persuade,,
que
cual fuego encendido
derrite
como cera
los
montes y los riscos.
Tan
fuerte y tan sonoro
es
su aliento divino,
que
resucita muertos,
y
despierta dormidos.
Tan
dulce y tan suave
se
percibe al oído
que
alegra de los huesos
aún
lo más escondido.
II
Al
monte de la mira
he
de hacer mi camino,
con
tan ligeros pasos,
que
iguale al cervatillo.
Mas
¡ay Dios! que mi amado
al
huerto a descendido,
y
como árbol de mirra
suda
el licor más primo.
De
balsamo es mi amado
apretado
racimo
de
las viñas de Engadi,
el
amor le ha cogido.
De
su cabeza el pelo,
aunque
ella es oro fino,
difusamente
baja
de
penas a un abismo.
El
rigor de la noche
le
da el color sombrío,
y
gotas de su hielo
le
llenan de rocío.
¿Quién
pudo hacer, ¡ay cielo!
temer
a mi querido
que
huye el aliento y queda
en
un mortal deliquio?
Rojas
las azucenas
de
sus labios divinos,
mirra
amarga destilan
en
su color marchitos.
Huge
Aquilo, ven Austro,
sopla
en el huerto mío,
las
eras de las flores
den
su olor escondido.
Sopla
más favorable,
amado
vientecillo,
den
su olor los aromas
las
rosas y los lirios.
Más
¡ay! Que si sus luces
de
fuego y llamas hizo
hará
dejar su aliento
el
corazón herido.
FRANCISCA
JOSEFA DEL CASTILLO Y GUEVARA (1671 - 1742)
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