ENTRESUELO.
Un
ropero, un espejo, una silla,
ninguna
estrella, mi cuarto, una ventana,
la
noche como siempre, y yo sin hambre,
con
un chicle y un sueño, una esperanza.
Hay
muchos hombres fuera, en todas partes,
y
más allá la niebla, la mañana.
Hay
árboles helados, tierra seca,
peces
fijos idénticos al agua,
nidos
durmiendo bajo tibias palomas.
Aquí,
no hay una mujer. Me falta.
Mi
corazón desde hace días quiere hincarse
bajo
alguna caricia, una palabra.
Es
aspera la noche. Contra muros, la sombra
lenta
como los muertos, se arrastra.
Esa
mujer y yo estuvimos pegados con agua.
Su
piel sobre mis huesos
y
mis ojos dentro de su mirada.
Nos
hemos muerto muchas veces
al
pie del alba.
Recuerdo
que recuerdo su nombre,
sus
labios,, su transparente falda.
Tiene
los pechos dulces, y de un lugar
a
otro de su cuerpo hay una gran distancia:
de
pezón a pezón cien labios y una hora,
de
pupila a pupila un corazón, dos lágrimas.
Yo
la quiero hasta el fondo de todos los abismos,
hasta
el último vuelo de la última ala,
cuando
la carne toda no sea carne, ni le alma
sea
alma.
Es
preciso querer. Yo ya lo sé. La quiero.
¡Es
tan dura, tan tibia, tan clara!
Esta
noche me falta.
Sube
un violín desde la calle hasta mi cama.
Ayer
miré doos niños que ante un escaparate
de
maniquíes desnudos se peinaban.
El
silbato del tren me preocupó tres años,
hoy
sé que es una máquina.
Ningún
adiós mejor que el de todos los días
a
cada cosa, en cada insttante, alta
la
sangre iluminada.
Desamparada
sangre, noche blanda,
tabaco
del insomnio, triste cama.
Yo
me voy a otra parte.
Y
me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.
LOS
AMOROSOS.
Los
amorosos callan.
El
amor es el silencio más fino,
el
más tembloroso, el más insoportable.
Los
amorosos buscan,
los
amorosos son los quue abandonan,
son
los que cambian, los que olvidan.
Su
corazón les dice que nunca han de encontrar,
no
encuentran buscan, buscan.
Los
amorosos andan como locos
porque
están solos, solos, solos,
entregándose,
dándose a cada rato,
llorando
porque no salvan al amor.
Les
preocupa el amor. Los amorosos
viven
al díia, no pueden hacer más, no saben.
Siempre
se están yendo,
siempre,
hacia alguna parte.
Esperan,
no
esperan nada, pero esperan.
Saben
que nunca han de encontrar.
El
amor es la prórroga perpetua,
siempre
el paso siguiente, el otro, el otro.
Los
amorosos son los insaciables,
los
que siempre -¡qué bueno! - han de estar solos.
Los
amorosos son la hidra del cuento.
Tienen
serpientes en lugar de brazos.
Las
venas del cuello se les hinchan
también
como serpientes para asfixiarlos.
Los
amorosos no pueden dormir
porque
si se duermen se los comen los gusanos.
En
la oscuridad abren los ojos
y
les cae en ellos el espanto.
Encuentran
alacranes bajo las sábanas
y
suu cama flota como sobre un lago.
Los
amorosos son locos, sólo locos,
sin
Dios y sin diablo.
Los
amorosos salen de sus cuevas
temblorosos,
hambrietos,
a
cazar fantasmas.
Se
rien de las gentes que lo saben todo,
de
las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de
las que creen en el amor como en una lampara de inagotable aceite.
Los
amorosos juegan a coger el agua,
a
tatuar el humo, a no irse.
Juegan
el largo, el triste juego del amor.
Nadie
ha de resignarse.
Dicen
que nadie ha de resignarse.
Los
amorosos se averguenzan de toda con formación.
Vacios,
pero vacios de una a otra cistilla,
la
muerte los fermenta detras de los ojos,
y
ellos caminan, llloran hasta la madrugada
en
que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les
llega a veces un olor a tierra recien nacida,
a
mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a
arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los
amorosos se ponen a cantar entre labios
una
canción noo aprendida.
Y
se van llorando, llorando
la
hermosa vida.
De:
Horal. (1950)
Jaime
Sabines.
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