lunes, 19 de agosto de 2013

POEMAS DE AURELIO ARTURO III.

SOL.
Mi amigo el sol bajó a la aldea
a repartir su alegría entre todos,
bajó a la aldea y en todas las casas
entró y alegró los rostros.

Aviva las miradas de los hombres
y prendió sonrisas en sus labios,
y las mujeres enhebraron hilos de luz en sus dedos
y los niños decían palabras doradas.

El sol se fue a los campos
y los árboles rebrillaron y uno a uno
se rumoraban su alegría recóndita.
Y eran de oro las aves.

Un joven labrador miró el azul del cielo
y lo sintió caer entre su pecho.
El sol, mi amigo, vino sin tardanza
y principió a ayudar al labriego.

Habían pasado los nublados días,
y el sol se puso a laborar el trigo.
Y el bosque era sonoro. Y en la atmósfera
palpitaba la luz como abeja de ritmo.

El sol se fue sin esperar adioses
y todos sabían que volvería a ayudarlos,
a repartir su calor y su alegría
ya poner mano fuerte en el trabajo.

Todos sabían que comerían el pan bueno
del sol, y beberían el sol en el jugo
de las frutas rojas, y reirían el sol generoso,
y que el sol ardería en sus venas.

Y pensaron: el sol es nuestro, nuestro sol,
nuestro padre, nuestro compañeros
que viene a nosotros como un simple obrero.
Y se durmieron con un sol en sus sueños.

Si yo cantara mi país un día,
mi amigo el sol vendría a ayudarme
con el viento dorado de los días inmensos
y el antiguo rumor de los árboles.

Pero ahora el sol está muy lejos,
lejos de mi silencio y de mi mano,
el sol está en la aldea y alegra las espigas
y trabaja hombro a hombro con los hombres del campo.

EL ALBA LLEGA.
Los poetas miraron la noche
como un gigantesco árbol negro
cargado de manzanas de oro.

Los labradores miraron la noche
como una arada de tierra fecunda
regada de semillas áureas.

Los mendigos miraron la noche
como a una mendiga
a quien a través de los rotos
de su túnica negra
se le ve el cuerpo de virgen hermosa
bañado en leche rubia.

Los pastores miraron la noche
como un rebaño de negras ovejas
que miraron con ojos humildes.

Yo miré la noche.
Pobre madre cubierta de lutos
que al fenecer el sol adolescente
vino a guardar su tumba.

Y en la cúpula del cielo
prendió un gran paño negro
con alfileres de cabeza rubias.

Como un arcángel de altas alas
el alba
levantó la enorme piedra negra
del sepulcro del sol.
Aurelio Arturo.

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