Hay
un instante del crepúsculo
en
que las cosas brillan más,
fugaz
momento palpitante
de
una morosa intensidad.
Se
aterciopelan los ramajes,
pulen
las torres su perfil,
burila
un ave su silueta
sobre
el plafondo de zafir.
Muda
la tarde, se concentra
para
el olvido de la luz,
y
la penetra un don suave
de
melancólica quietud,
como
si el orbe recogiese
todo
su bien y su beldad,
toda
su fe, toda su gracia
contra
la sombra que vendrá...
Mi
ser florece en esa hora
de
misterioso florecer;
llevo
un crepúsculo en el alma,
de
ensoñadora placidez;
en
él revientan los renuevos
de
la ilusión primaveral,
y
en él me embriaga con aromas
de
algún jardín que hay ¡más allá!
GUILLERMO
VALENCIA (1873 -1943).
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