PERSIGUIENDO
EL PERFUME.
Persiguiendo
el perfume de risueño retiro,
la fugaz
mariposa por el monte revuela,
y en los
aires enciende sutilísima estela
con sus
pétalos tenues de cambiante zafiro.
En la
ronda versátil de su trémulo giro
esclarece
las grutas como azul lentejuela;
y al
flotar en la lumbre que en los ámbitos riela,
vibra el
sol y en la brisa se difunde un suspiro.
Al rumor
de las lianas y al vaivén de las quinas,
resplandece
en la fronda de las latas colinas,
polvvoreando
de plata la florida arbileda,
y
gloriosa en el brillo de sus luces triunfales,
sobre el
limpio remanso de serenos cristales
pasa, sin
hacer sombra, con sus alas de seda.
EMBOZADO
EN LA SOMBRA.
Embozado
en la sombra se destaca
el
farallón: y la espesura inmensa,
al
borrarse el crepúsculo, condensa
un rumor
perfumado de albahaca.
Algo se
muere entre la fronda opaca;
gime el
paujil, la guacamaya piensa;
lloran
lánguuidas voces, y en la densa
quietud,
boga un lucero en la resaca.
Rendido
ante el dolor de la penumbra,
mi ser,
que es una luz, se apesumbra;
después,
con los murientes horizontes
me voy
desvaneciendo, me evaporo...
y mi
espiritu vaga por los montes
como una
gran luciernaga de oro.
ATROPELLADOS.
Atropellados,
por la pampa suelta,
los
raudos potros, en febril disputa,
hacen
silbar sobre la sorda ruta
los
huracanes en su crin revuelta.
Atrás
dejando la llanura envuelta
en polvo,
alargan la cerviz en juta,
y a su
carrera retumbante y bruta,
cimbran
los pindos y la palma esbelta.
Ya cuando
cruzan el austral peñasco,
vibra un
relincho por las altas rocas;
entonces
paran el triunfante casco,
resoplan
roncos, ante el sol violento,
y alzando
un grupo las cabezas locas
oyen
llegar el retrasado viento.
EL TORO
PADRE.
El toro
padre -cuando sorda increpa
la
tempestad- con su pulmón vibrante,
avanza,
ronco, hacia el confín distante
sorbiendo
ventarrones en la estepa.
Parte
macollas de profunda cepa;
reta las
intemperies del levante,
y tras la
brava nube retumbante
los altos
morros, rezongando, trepa.
Después,
ante la absorta novillada,
revoluciona
el polvo en la planada;
se vuelve
en nubes de color pardusco,
y
creyéndose el dios de los inviernos,
brama,
como tronando, y traza brusco
un
zyg-zag de centellas con los cuernos.
JOSÉ
EUSTASIO RIVERA.
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