EMBRIAGUEZ.
Me embriago de aromas. Qué
delicia,
Campo recién llovido
castellano.
Qué embriaguez, tocar,
tocar...: mi mano
febrilmente las cosas
acaricia.
No se sacia la vista que
se envicia
en color, embriagada, oh
mi verano.
Mar, selva, viento,
multitud, noticia.
Me embriago de mujer,
dulce marea
como un niño, y de vino
me embriago.
¡Vivir, vivir, oh dulce
embriaguez mía!
¡Qué has de entenderme,
turba farisea!
La
ebriedad de mi sangre busca un lago
final:
embriagarme en Dios un día.
De:
Hombre y Dios. (1955).
LUZ
A CIEGAS.
Me pregunto otra vez:
¿Qué es la luz sin un
ojo que la mire?
Sí,
nosotros decimos:
“En
ciéndeme la luz; apágala”,
“A
la luz de la luna”,
“Qué
luz la de estos días soleados de otoño”.
Todo,
sensación, ilusión.
Tú
interpretas la luz, que era negrura, ojo,
lo
mismo que las ondas de la radio
son
silencio y distancia,
hasta
que el receptor las detiene y transforma.
Ay,
ondas de la luz, ciega negrura.
De:
Gozos de la Vista. (1955).
DE
PROFUNDIS.
Si vais por la carrera del
arrabal, apartaos, no os inficione mi pestilencia.
El dedo de mo Dios me ha
señalado; odre de putrefacción quiso que fuera este mi cuerpo,
y una ramera de
solicitaciones mi alma,
no una ramera fastuosa de
las que hacen languidecer de amor al príncipe,
Sobre la cabeza del valle,
en el palacete de verano,
sino una loba del arrabal,
acoceada por los trajinantes, que ya ha olvidado las palabras de
amor,
Y sólo puede pedir unas
monedas de cobre en la cantonada.
Yo soy la piltrafa que el
tablajero arroja al perro del mendigo,
Y el perro del mendigo
arroja al muladar.
Pero desde la mina de las
maldades, desde el pozo de la miseria,
mi corazón se ha
levantado hasta Dios,
y le ha dicho: Oh Señor,
tú que has hecho también la podredumbre,
mírame,
yo soy el orujo exprimido
en el año de la mala cosecha,
yo soy el excremento del
can sarnoso,
el zapato sin suelo en el
carnero del campo santo,
yo soy el montoncito de
estiércol a medio hacer, que nadie compra,
y donde casi ni escarban
las gallinas.
Pero te amo,
pero te amo
frenéticamente.
¡Déjame, déjame
fermentar en tu amor,
deja que me pudra hasta la
entraña,
que se me aniquilen hasta
las últimas briznas de mi ser,
para que un día sea
mantillo de tus huertos!
De: Los Hijos de la Ira.
(1944).
DAMASO
ALONSO.
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