El Can-Can de la tarde.
El viento es rápido
con sabor a huracán
las palabras y las
piedras conviven en un solo jardín.
El cielo ha cerrado sus
compuertas negras
en el
rostro destrozado de la tarde.
Una hilera de vagones
infinitos
cruza el paisaje de
piedra
y al borde del mundo
el sol como un tomate
se jacta de madurar.
Todo late, todo tiene
rostro de carbón
de ceniza, de monstruo
pequeñito.
Los últimos alaridos
del sol caen como pájaros suicidas
en las espaldas
adormecidas de los tejados.
ALFONSO CARVAJAL
Cartagena, Bolivar,
Colombia, 1958.
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