Oye,
seremos tristes, dulce señora mía.
Nadie
sabrá el secreto de esta suave tristeza.
Tristes
como ese valle que a oscurecerse empieza,
tristes
como el crepúsculo de una estación tardía.
Tendrá
nuestra tristeza un poco de ufanía
no
más, como ese leve carmín de tu belleza,
y
juntos lloraremos, sin lágrimas, la alteza
de
sueños que matamos estérilmente un día.
Oye,
seremos tristes, con la tristeza vaga
de
los parques lejanos, de las muertas ciudades,
de
los puertos nocturnos cuyo faro se apaga.
Y
así, bajo el otoño, tranquilamente unidos,
tu
vivirás de nuevo tus viejas vanidades
yo
la gloria póstuma de mis triunfos perdidos.
RAFAEL
MAYA (1897 – 1980.)
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