EL MONGOL.
Nunca supimos cuándo
la desesperante blancura se había convertido en otro imperio.
El idioma del lobo era
el mismo, y no le repugnó nuestra carne.Pero todo hombre sabe que a
través de cada nuevo pinar es otro el que envía sus rayos,
que son las angustias
de la tierra las que determinan los nombres del cielo.¿Descubridor
de un mundo? Un fugitivo perseguido por las uñas del viento,
amoratado por el odio
del sol, escribiendo blancas palabras en el aire translúcido,
luchando sólo por
evitar que la blanda tierra bajo mis pies se enardeciera en tumba.
Mientras es el nombre
azul del amanecer, allá donde los días flotan como muros de cuarzo.
Muerte es el nombre de
los dientes amarillos del lobo.
Muerte es el nombre de
la luna salpicada de escarcha y de sangre,
cuando el guerrero cae
a medianoche sobre la sorda estepa.
Hasta el amor cerca del
fuego tenía un olor de frescas entrañas de morsa,
y el niño recien
nacido bajo el cielo de pieles tenía olor de pez,
y en la tarde teñida
de salmones veíamos aparecer los miles de ojos de coyote del cielo.
Oh noche en que los
demonios aún no tienen nombre.
Oh estanques de labios
de hielo donde se refleja un gris sin pájaros.
Oh l a punta dentada
del arpón codiciando la carne de los rojos planetas.
Allí donde el día
está amurallado de hielo,
allí donde el ansía
de amor no es más que frío en los labios,
allí donde las nubes
de pelaje de oso se sumergen en la tiniebla,
estuvo un día mi
corazón anudando los vientos,
estuvo mi carne
sosteniendo las enormes montañas.
Los viejos están
llorando junto a los grandes lagos azules,
los niños pintan de
rojo tibio los vegetales cuernos del alce,
y la luna es un pez
inmóvil que acaba de morir en el cielo,
y los delgados aullidos
remotos llegan a través de la crepitación de la hoguera,
y ese largo camino
blanco que nunca más desandaremos
tiene color de los
colmillos que no se han manchado en tres días.
EL AMOR DE LOS HIJOS
DEL ÁGUILA.
En la punta de la
flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.
En la hoja del remo ya
está, invisible el agua.
En torno del hocico del
venado ya tiemblan, invisibles,
las ondas del estanque.
En mis labios ya están,
invisibles, tus labios.
WILLIAM OSPINA.
Padua, Tolima,
Colombia, 1954.
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