Para el canto.
Para el canto al mundo vinimos
para la danza fugaz.
Conocemos la sangre
que alimenta en las flores
su color
y a
responder por un nombre nos enseñan.
En el amor
somos
en el dolor
nos construimos
en el
sentido del ser nos elevamos
e iluminado
el espíritu se hermana
se hace
bueno
se alegra el
mundo
con nuestra
estancia pasajera.
Se van
el rostro y
el nombre
y volvemos
al silencio
al olvido.
EL TIEMPO DE
LOS ÁRBOLES.
El tiempo de
los árboles es más lento porque ellos viven tranquilos.
Los árboles
están contentos con su condición de árbol y son leales a su
naturaleza.
El mango
no quiere ser naranjo porque está satisfecho de sus dulces frutos y
los exhibe orgulloso en grandes gajos que cambian el verde al
amarillo y al rostrosus ramas.
En los
vientres de las selvas colombianas los guayacanes, las ceibas, el
duro para siempre, elevan sus ramas serenas hacia el cielo en busca
de la lauz del sol que es la cúpula del cielo con la tierra.
Los árboles
guardan un silencio sabio durante los siglos de su existencia y, con
éste, dicen la verdad profunda para que la escuche quien opidos
tenga.
La paz de
los árboles propicia moradas a los pájaros, que son nerviosos e
inquietos porque su corazón es frágil y su cuerpo leve.
Los árboles
reciben gustosos el agua de las lluvias,
la alegría
reverdece sus hojas como el aliento de una mano fresca.
Muy
raramente el árbol entristece y si entristece es por enfermedad o
por falta de agua, pero se alivia fácil
porque es
inocente y simple.
El tiempo de
los árboles casi está detenido para nuestros ojos rápidos.
El amor de
los árboles casi es invisible para nuestro corazón mezquino.
La paz de
los árboles
es el
secreto de su larga vida.
LUIS
FERNANDO MACÍAS ZULUAGA.
Medellín,
Antioquia, 1957.
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