DEL
DOLOR.
Había
sido escrito en el primer testamento
del
hombre: no lo desprecies porque ha de
enseñarte
muchas cosas.
Hospédalo
en tu corazón esta noche.
Al
amanece ha de irse. Pero no olvidarás
lo
que te dijo desde la dura sombra.
DE
LA NOCHE.
En
la amorosa noche me aflijo.
Le
pido su secreto, mi secreto,
la
interrogo en mi sangre largamente.
Ella
no me responde
y
hace como mi madre, que me cierra los ojos sin oírme.
QUIERO
APOYAR MI CABEZA.
en
tus manos, Señor.
Señor
del humo, sombra,
quiero
apoyar mi corazón.
Quiero
llorar con mis ojoos,
ime
con llanto, Señor.
Débil,
pequeño, frustrado,
cansaado
de amar, amor,
dame
un golpe de aire,
tirame,
corazón.
Sobre
la brisa, en el laba,
cuando
se despierte el sol,
derrámame
como un llanto,
llórame
como yo.
PEQUEÑA
DEL AMOR, tú no lo sabes,
tú no
puedes saberlo todavía,
no me
conmueve tu voz
ni el ángel
de tu boca fría,
ni tus
reacciones de sándalo
en que
perfumas y expiras,
ni tu mirada de virgen
ni tu mirada de virgen
crucificada
y ardida.
No
me conmueve tu angustia
tan
bien dicha,
ni
tu sollozar callado
y
sin salida.
No
me conmueven tus gestos
de
melancolía,
ni
tu anhelar, ni tu espera,
ni
la herida
de
que me hablas afligida.
Me
conmueves toda tú
representando
tu vida
con
esa pasión tan torpe
y
tan limpia,
como
el que quiere matarse
para
contar: soy suicida.
Hoja
que apenaas se mueve
ya
se siente desprendida:
voy
a seguirte queriendo
todo
el día.
De:
La Señal, 1951.
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