1920
- 1930
ARGENTINA.
OLIVERIO
GIRONDO.
APUNTE
CALLEJERO.
En
la terraza de un café hay una familia gris.
Pasan
unos senos bizcos buscando una sonrisa
sobre
las mesas. El ruido de los automóviles
destiñe
las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica
al abrir de par en par una ventana.
Pienso
en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que
se me entran por las pupilas.
Me
siento tan lleno que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar
algún lastre sobre la vereda.
Al
llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto se
arroja entre las ruedas de un tranvía.
EXVOTO.
A
las chicas de Flores.
Las
chicas de Flores tienen los ojos dulces, como las almendras
azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que
les liban las nalgas en un aleteo de mariposa.
Las
chicas de Flores se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse
sus estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan
las piernas, de miedo de que el sexo se les caíga en lavereda.
Al
atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de
hierro de los balcones,
para
que susu vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas, y de noche, a
remolque de sus mamás. - empavesadas como fragatas- van a pasearse
por la plaza, para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y
sus pezones fosforescentes se enciendan y se apaguen como
luciérnagas.
Las
chicas de Flores viven en la angustia de que las nalgas se les
pudran, como manzanas que se han dejado pasar; y el deseo de los
hombres las sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse de
él como un corsé, ya que no tienen el coraje de cortarse el cuerpo a
pedacítos y arrojárselo a todos los que les pasan la vereda.
Buenos
Aires, octubre, 1920
De:
Espantapájaros. Oliverio Girondo.
EL
ULTRAÍSMO: JORGE LUIS BORGES.
El
Sur.
Desde
uno de tus patios haber mirado
las
antiguas estrellas,
desde
el banco de
la
sombra haber mirado
esas
luces dispersas
que
mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni
a ordenar en constelaciones,
haber
sentido el círculo del agua
en
el secreto aljibe,
el
olor del jazmín y la madreselva,
el
silencio del pájaro dormido,
el
arco del zaguán, la humedad
-esas
cosas, acaso, son el poema.
ATARDECERES.
La
clara muchedumbre de un poniente
ha
exaltado la calle,
la
calle abierta como un ancho sueño
hacia
cualquier azar.
La
límpida arboleda
pierde
el último pájaro, el oro último.
La
mano jironada de un mendigo
agrava
la tristeza de la tarde.
El
silencio que habita los espejos
ha
forzado su cárcel.
La
oscuridá es la sangre
de
las cosas heridas.
En
el incierto ocaso
la
tarde mutilada
fue
unos pobres colores.
CAMPOS
ATARDECIDOS.
El
poniente de pie como un Arcángel
tiranizó
el camino.
La
soledad poblada como un sueño
se
ha remanzado alrededor del pueblo.
Los
cencerros recogen la tristeza
dispersa
de la tarde. La luna nueva
es
una vocecita desde el cielo.
Según
va anocheciendo
vuelve
a ser campo el pueblo.
El
poniente que no se cicatriza
aún
le duele a la tarde.
Los
trémulos colores se guarecen
en
las entrañas de las cosas.
En
el dormitorio vacío
la
noche cerrará los espejos.
De:
“Fervor de Buenos Aires”.(1923)
Tomados de: Breve Antología. Poesía Latinoamericana de Vanguardía.
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