POSTURAS
DIFÍCILES.
IN
PACE,
Life
is a jest.
Jhon
Say.
Cruza
el arroyo el solitario entierro
de
un pobre. Es natural
que
le acompañe un perro
bajo
la indiferencia vesperal.
¿De
qué murió? Sería
de
bulimia, es decir,
de
no haber visto la panadería
con
ojos de fakir.
Y
ahora va, como inútil adjetivo,
despanzurrado
dentro de un cajón
de
tablas de barril.- He aquí un motivo
para
una cerebral masturbación.
Lluvia.
Y,
a la semioscuridad
melancólica
del día,
la
ciudad
erra
un harapo. Lluvia.
Con
tozuda necedad.
Yo
sentía
como
sedante humildad
y
una honda misantropía.
Viendo
a través del encaje
sucio
del agua, el paisaje
al
crayón,
mientras
debajo del alero
del
balcón,
tiritaba
un pordiosero.
El
Trashumante Mateo.
Conoce,
pues trajina por pueblos y caminos,
medio
mundo. Es un raro músico de arrabal,
de
trágica melena, grandes ojos bovinos,
crepusculares
ojos de soñador sensual.
Fue
fraile inverosímil, turnó con asesinos,
mercachifle
ambulante, sacapotra genial,
tiró
el dado en las mesas de todos los casinos,
durmiendo
en un palacio como en un hospital.
Y
hoy toma, fatigado de su larga odisea
de
vagabundo, a esta soporífera aldea,
para
después, acaso, sin saber con qué fin,
bifurcarse
por otra ruta desconocida
siempre
exótico, siempre bajo la misma vida,
zurciendo
su inefable tristeza en el violín...
Va
Cayendo La Noche.
Torva
concavidad opalescente
de
un cielo que hace recordar la orina
de
los hipocondríacos. Lentamente
se
apaga la retina.
Del
sol, un sol ingente,
lacio
y senil. El mar hoy no amotina
su
carapacho: duerme mansamente
con
pesadez de fofa gelatina.
Cierra
la noche, fúnebre moldura,
la
vesperal cisura.
Y
a la mueca truncada
del
faro -mueca que ilumina el cromo-,
tiembla
el paisaje como
si
lo rasgasen de una cuchillada...
A
Bordo.
Por
el ojo -es un ojo de batracio-
de
mi caliginoso camarote,
contemplo
el sol agónico. El espacio
teñido
con semilla de zapote.
Rezonga
el maderamen; bajo el lente
crepuscular,
se queja a la sordina,
sintiendo
lo impotente
de
la salvaje soledad marina.
Negra
nube a distancia
simula
venerable fortaleza
del
tiempo colonial. Extravagancia
de
la naturaleza.
Y
el rudo mar, infatigable viejo
viril,
siempre bilioso,
frunciendo
a cada tumbo su entrecejo,
su
entrecejo canoso...
Luis
Carlos López.
Continuando
con la nota de la primera entrega.
Rechazó
la grandilocuencia que dominaba el ambiente, dando una lección para
quienes retóricamente, creen ( si todavía) ser poetas. Su
expresión siempre fue magra, muy cercana al soneto, pero
reformándolo con trabajada sobriedad (G. A. Arévalo).
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