ESPLENDOR.
No
sé por qué destino
de
hierro vino el pájaro
con
las alas quemadas,
dando
golpes de ciego por el aire.
Pero
traía ese encanto
que
da la desventura
cuando
al alba de un día afortunado
todo
es posible, el polvo y la belleza.
Se
posó como cielo
en
la rama secreta del naranjo.
Ya
sabe el esplendor que da la muerte,
y
canta a su jardín, más extasiado y leve.
JUEGO
DE NIÑOS.
Vino,
leve, del cielo,
y
la rama de mirto fue un hilo de oro y grana.
Ahora
yace, inmóvil,
en
tu mano manchada.
Dime,
dios pequeño del jardín:
¿de
quién el aleteo,
de
quién la antigua música, su alma?
Mirándote
jugar recuerdo y canto a solas,
ni
todas las esencias de la Arabia...
APÓCRIFO
ALEJANDRINO.
En
sueños invocó Su nombre el Caballero,
y
vio en sueños el Blanco Libro de la agonía.
Al
despertar, no hallaba el sol de Alejandría,
y
confundió sus manos con el libro postrero.
Leyó
entonces su fábula y otras fábulas, sus
vigilias
le enseñaron que nada es verdadero,
ni
la tiniebla de oro donde viera a Jesús,
ni
el escudo de plata que dejó ciego a Homero.
GIOVANNI
QUESSEP.
De:
Carta Imaginaría (1998).
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