miércoles, 24 de julio de 2013

POEMAS DE JOSÉ EUSEBIO CARO IBAÑEZ.

El Ciprés
 
¡Arbol sagrado, que la obscura frente,
Inmóvil, majestuoso,
Sobre el sepulcro humilde y silencioso
Despliegas hacia el cielo tristemente!
Tú, sí, tú, solamente.
Al tiempo en que se duerme el rey del mundo
Tras las altas montañas de occidente,
Me ves triste vagando
Entre las negras tumbas,
Con los ojos en llanto humedecidos,
Mi orfandad y miseria lamentando.
Y cuando ya de la apacible luna
La luz de perla en tu verdor se acoge,
Sólo tu tronco escucha mis gemidos,
Sólo tu pie mis lágrimas recoge.
 
¡Ay! hubo un tiempo en que feliz y ufano
Al seno paternal me abandonaba;
En que con blanda mano
Una madre amorosa
De mi niñez las lágrimas secaba...
¡Y hoy, huérfano,
Del mundo desechado,
Aquí en mi patria misma
Solitario viajero,
Desde lejos contemplo acongojado
Sobre los techos de mi hogar primero
El humo blanquear del extranjero!
Entre el bullicio de los pueblos busco
Mis tiernos padres para mí perdidos;
¡Vanamente!... los rostros de los hombres
Me son desconocidos.
Y sus manes, empero, noche y día
Presentes a mis ojos afligidos
Contino están, contino sus acentos
Vienen a resonar en mis oídos.
 
Sí, funeral ciprés! Cuando la noche
Con su callada sombra te rodea;
Cuando escondido en el solitario búho
En tus obscuros ramos aletea,
La sombra de mi padre por tus hojas
Vagando me parece,
Que a velar por los días de su hijo
Del reino de los muertos se aparece.
Y si el viento sacude impetuoso
Tu elevada cabeza,
Y a su furor con susurrar medroso
Respondes pavoroso;
En los tristes silbidos
Que en torno de ti giran,
A los paternos manes
Escucho que dulcísimos suspiran.
 
¡Arbol augusto de la muerte! ¡nunca
Tus verdores abata el bóreas ronco!
¡Nunca enemiga, venenosa sierpe
Se enrosque en torno de tu pardo tronco!
¡Jamás el rayo ardiente
Abrase tu alta frente!
¡Siempre inmoble y sereno
Por las cóncavas nubes
Oigas rodar el imponente trueno!
Víve, sí, víve y cuando ya mis ojos
Cerrar el dedo de la muerte quiera,
Cuando esconderse mire en occidente
Al sol por vez postrera,
Moriré sosegado
A tu tronco abrazado.
Tú mi sepulcro ampararás piadoso
De las roncas tormentas;
Y mi ceniza entonces agradecida,
En restaurantes jugos convertida,
Por tus delgadas venas penetrando,
Te hará reverdecer, te dará vida.
 
Quizá sabiendo el infeliz destino
Que oprimió mi existencia desdichada,
Sobre mi pobre tumba abandonada
Una lágrima vierta el peregrino.

En alta mar
 
¡Céfiro rápido lánzate! ¡rápido empújame y vivo!
Más redondas mis velas pón: del proscrito a los lados,
¡Ház que tus silbos susurren dulces y dulces suspiren!
¡Ház que pronto del patrio suelo se aleje mi barco!
¡Mar eterno! ¡Por fin te miro, te oigo, te tengo!
Antes de verte hoy, te había ya adivinado;
¡Hoy en torno mío tu cerco por fin desenvuelves!
¡Cerco fatal, maravilla en que centro siempre yo hago!
¡Ah, que esta gran maravilla conmigo forma armonía!
¡Yo, proscrito, prófugo, pobre, infeliz, desterrado,
Lejos voy a morir del caro lecho paterno,
Lejos ¡ay! de aquellas prendas que amé, que me amaron!
 
Tánto infortunio sólo debe llorarse en tu seno;
¡Quien de su amor arrancado, y de patria, y de hogar y de hermanos
Sólo en el mundo se mira, debe, primero que muera,
Darte su adiós, y por última vez, contemplarte, Oceano!
 
-Yo por la tarde así, y en pie de mi nave en la popa,
Alzo los ojos -¡miro!- ¡sólo tú y el espacio!
Miro al sol que, rojo, ya medio hundido en tus aguas
Tiende, rozando tus crespas olas, el último rayo.
 
Y un pensamiento de luz entonces llena mi mente:
¡Pienso que tú, tan largo, y tan ancho y tan hondo y tan vasto,
Eres, con toda tu mole, tus playas, tu inmenso horizonte,
Sólo una gota de agua, que rueda de Dios en la mano!
 
Luégo, cuando en hosca noche, al són de la lluvia,
Poco a poco me voy durmiendo, en mi patria pensando,
Sueño correr en el campo en que niño corrí tántas veces,
Ver a mi madre que llora a su hijo, lanzarme a su brazos...
 
¡Y oigo junto entonces bramar tu voz incesante!
¡Oigo bramar tu voz, de muerte vago presagio...
Oigo las lonas que crujen, siento el barco que vuela
-Dejo entonces mis dulces sueños y a morir me preparo.
¡Oh, morir en el mar! Morir terrible y solemne,
Digno del hombre! -¡por tumba el abismo, el cielo por palio!
¡Nadie que sepa dónde nuestro cadáver se halla!
Que echa encima el mar sus olas, y el tiempo sus años!

Estar contigo
 
Oh! ya de orgullo estoy cansado,
ya estoy cansado de razón;
¡déjame, en fin, hable a tu lado
cual habla sólo el corazón!
 
No te hablaré de grandes cosas;
quiero más bien verte y callar,
no contar las horas odiosas,
y reír oyéndote hablar!
 
Quiero una vez estar contigo,
cual Dios el alma te formó;
tratarte cual a un viejo amigo
que en nuestra infancia nos amó;
 
Volver a mi vida pasada,
olvidar todo cuanto sé,
extasiarme en una nada,
y llorar sin saber por qué!
 
Ah! para amar Dios hizo al hombre!
¿Quién un hado no da feliz,
por esos instantes sin nombre
de la vida del infeliz,
cuando, con la larga desgracia
de amar doblado su poder,
toda su alma ardiendo vacía
en el alma de una mujer?
Oh padre Adán! ¡qué error tan triste
cometió en ti la humanidad,

cuando a la dicha preferiste
de la ciencia la vanidad!
 
¿Qué es lo que dicha aquí se llama
sino no conocer temor,
y con la Eva que se ama,
vivir de ignorancia y de amor?
 
Ay! mas con todo así nos pasa,
con la patria y la juventud,
con nuestro hogar y antigua casa,
con la inocencia y la virtud!...
 
Mientras tenemos despreciamos,
sentimos después de perder,
y entonces aquel bien lloramos
que se fue para no volver!

Despedida de la Patria
 
Lejos ¡ay! del sacro techo
Que mecer mi cuna vio,
Yo, infeliz proscrito, arrastro
Mi miseria y mi dolor.
Reclinado en la alta popa
Del bajel que huye veloz,
Nuestros montes irse miro
Alumbrados por el sol.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
A tu manto, cual un niño,
Me agarraba en mi aflicción;
Mas colérica tu mano
De mis manos lo arrancó;
Y en tu saña desoyendo
Mi sollozo y mi clamor,
Más allá del mar tu brazo
De gigante me lanzó.
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
De hoy ya más, vagando triste
Por antípoda región,
Con mi llanto al pasajero
pediré el pan del dolor;

De una en otra puerta el golpe
Sonará de mi bastón,
¡Ay, en balde! ¿en tierra extraña
Quién conocerá mi voz?
¡Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
¡Ah, de ti sólo una tumba
Cada tarde la excavaba
Demandaba humilde yo!
Al postrer rayo del sol.
«¡Vé a pedirla al extranjero!»
Fue tu réplica feroz;
Y llenándola de piedras
Tu planta la destruyó.
Adiós, patria! ¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!
 
En un vaso un tierno ramo
Llevo de un naranjo en flor;
¡El perfume de la patria
Aún aspiro en su botón!
El mi huesa con su sombra
Cubrirá; y entonces yo
Dormiré mi último sueño
De sus hojas al rumor.
¡Adiós, patria!¡Patria mía,
Aún no puedo odiarte; adiós!

José Eusebio Caro Ibañez.
Nació en Ocaña, el 5 de marzo de 1817, murió en Santa Marta , el 28 de enero de 1853. Fue un poeta y escritor de la generación posterior a la Independencia de Colombia. También fue ideólogo y fundador de un partido político Colombiano, viajó a EE.UU. en 1850, regresó a Colombia en 1853 y murió en Santa Marta. Padre del también poeta MiguelAntonio Caro. 
 
Fuente: Antología de la Poesía Colombiana. bandera de colombia gif animados colombia mw

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