Sospechar
que en la armonía de los astros no está ella, que tal vez su luz se
despedaza en el resplandor del paraíso. Y pensar esto es el origen
de una condena porque, de súbito, me hallo en la primera página de
otro viaje que mi amno escribe. Veo la loba, el león, la pantera, y
la encrucijada de sus acechos leo la inscripción que me lanza a la
bruma. En el momento indicado digoo: “¡Maestro!”. Pero Virgilio
no está. Levanto la cabeza y la veo, ajeno a mí, bordeando los
abismos.
Lo
llamo y no oye. Corro pero cada paso que doy es uno dado por él. La
distancia es atroz y permanente. Entonces, un nuevo infierno, el
verdadero, empieza para mí. Sin guía y con la certeza que no hay
nadie a quien seguir. Beatriz, grito, y mi eco se une al coro de los
condenados.
BOLIVAR.
El
General Bolivar se aleja de su ejército. Camina con amargura en los
ojos. Observa el paisaje de Pisba y piensa: cómo revelarle a estas
tropas miserables el secreto de esta guerra. Cómo explicarles que a
pesar de los muertos tendremos la independencia. Cómo contarles a
estos hombres devastados por el hambre y frío, el peligro que hay
después de la victoria. Cómo decirles que la esperanza nunca se
consumará porque nosotros, enfermos de poder, siempre seremos los
culpables de su muerte.
Pablo
Montoya C.Nació en Barrancabermeja, Santander, en 1963.
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