martes, 10 de julio de 2012

POEMAS DE JORGE LUIS BORGES II.


LABERINTO.
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino
como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a esta mañana
de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.

SPINOZA.
Las traslúcidas manos del judio
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frio.
(Las tardes a las tardes son iguales.)
Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existe para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de aquel que es todos sus estrellas.

EL INSTANTE.
¿Donde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el árbol de Adán y el otro leño?
El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del relog. El año
no es menos vano que la vana historia.
Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonias, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados
espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro cielo no esperes, ni otro infierno.
Jorge Luis Borges.
La poesía nace del dolor. La alegría es un fin en sí misma. J. L. B.

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