CASTILLO.
Los
guardias gritaron en un incomprensible dialecto gutural de una tribu
montañesa.
Se
abrían y cerraban las ventanas venecianas.
Largas
limusinas vinieron y se fueron.
Quizá
en el palacio alguien se estaba muriendo.
Una
negra bandera apareció y retrocedió como la lengua de una víbora.
Golondrinas
y salmos enloquecían de desasosiego...
Pero
¿de quién se podía tratar si el castillo estaba vacío desde hacía
mucho tiempo, a merced de los murcielagos y de la ironía?
Y
no obstante todo indicaba que alguien se estaba muriendo en el
palacio.
Era
evidente que allí
aún
seguía habiendo vida.
ALLÍ
DONDE EL ALIENTO.
Está
solo en el escenario
sin
ningún instrumento.
Se
pone la mano en el pecho
allí
donde nace el aliento
y
donde se apaga.
No
son las manos que cantan,
ni
tampoco el pecho.
Canta
lo que está callado.
HUMO.
Hay
un exceso de elegías, de memoria.
Huele
a heno, una garceta
vuela
indecisa sobre el prado.
Sabemos
sepultar a los muertos.
No
queremos matar.
Pero
los intensos momentos de resplandor
se
escapan a nuestros encantos.
En
mi habitación se apilan sueños
apretujados
como alfombras
en
una tienda oriental, sofocante,
y
ya no hay sitio para nuevos poemas.
El
corzo no corre,
intenta
adivinar el futuro.
Nadie
sabe venerar a los dioses.
Una
oración enfurecida es más poderosa.
Las
flores de los tilos, una herida abierta.
El
humo se eleva sobre las ciudades planas
y
el silencio irrumpe en nuestras casas,
en
nuetras casas irrumpe la luna llena...
Adam
Zagajewski.
Poemas
extraídos del texto: “Deseo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario