viernes, 17 de febrero de 2012

POEMAS DE "EL CAMINANTE" DE H. HESSE.


H. Hesse. Premio Nobel.
GOZOS DEL PINTOR.
El campo cuesta dinero y nos da trigo,
las alambradas delimitan el prado,
necesidad y codicia son nuestro castigo,
todo nos parece podrido y negado.

Pero aquí en mis ojos vive e influye
un orden de cosas muy diferente:
el púrpura reina y el violeta fluye,
y yo entono su canción inocente.

Gualda con gualda, gualda y rojo unidos,
frescos azules de rojos matices,
color y luz, en mil mundos fundidos,
se mecen y tiñen en oleadas felices.

Reina el espíritu que todo lo cura,
resuena el verde de una fresca fuente,
el mundo se reparte con nueva cordura
y en el corazón hay un gozo fulgente.
CEMENTERIO RURAL.
Sobre cruces torcidas, hiedras en manto,
sol amable, fragancia de abejas en canto.

Los que aquí yacéis, sed bienaventurados,
en el seno de la buena tierra abrigados.

¡Dichosos, volvéis al dulce hogar,
al anónimo regazo materno, para descansar!

¡Más oíd, las abejas, zumbido y vuelo,
me cantan sed de vida y un existencial anhelo!

Del hondo sueño de las raíces mana
una urgencia de luz en la mañana,

ansias de vida, desde la oscuridad,
se transforman, pidiendo actualidad,

y la Madre Tierra, con regios alientos,
se estremece en imperiosos nacimientos.

Con sus tumbas, el camposanto entero
no es más que un sueño, nocturno y ligero.

El humo no es más que el sueño de la muerte,
y, como un leño, el fuego de la vida crepita fuerte.
PASEO AL ATARDECER.

Camino tarde por senderos polvorientos,
las sombras de los muros caen oblicuamente,
y puedo vislumbrar a través de los sarmientos
la luna sobre sendas y arroyos silentes.

Canciones que un día entonara en el pasado,
entono una vez más, con acento cansino,
y las sombras infinitas de lo que he viajado
se cruzan e interponen en mi camino.

El viento, la nieve y el calor solar
de muchos años, tras de resuenan,
noches de verano y azul relampaguear,
tormentas e incomodidades que apenan.

Con la piel tostada y del todo invadido
por el esplendor del universo entero,
siempre hacia adelante me siento atraído,
hasta que las sombras cubren mi sendero.


EXTRAVÍO.

Vagabundo nocturno por bosque y quebrada,
un fantástico cerco arde a mi alrededor,
acosado o maldito, no me importa nada,
yo continúo fiel a mi impulso interior.

¡Cuán a menudo la realidad me ha llamado,
esa en que vivís vosotros, a su lado!
Despierto y temeroso en ella residí,
hasta que pronto, en cuanto pude, huí.

¡Oh, patria cálida, que quitarme queréis,
oh, sueño de amor, no me lo arrebatéis!
Hacia él por mil esclusas tiene que manar
mi ser, como las aguas fluyen al mar.

Fuentes secretas me guían con cadencia,
aves de ensueño agitan su plumaje brillante;
suena de nuevo el canto de mi adolescencia
y entre zumbidos y trenzas de oro radiante
vuelvo, sollozando, a la materna presencia.
ESPLÉNDIDO MUNDO.

Ya sea joven o viejo, siempre siento igual:
un monte en la noche, una mujer callada en el balcón,
un camino blanco, el reflejo lunar
me llenan de nostalgia y anhelo el corazón.

Oh, mundo ardiente;
oh mujer blanca en el balcón;
un perro ladra en el valle, pasa un tren lejano;
¡Cómo mentís, cuán amarga es vuestra decepción!
Y aun así seguís siendo mi sueño dulce y vano.

La espantosa "realidad" con frecuencia he buscado,
donde reinan asesores, ley, moda y dinero,
pero siempre he huido, libre y desengañado,
hacia la dulce locura y el sueño hechicero.

¡Aire nocturno y cálido, gitana morena,
mundo de loco anhelo y poética llama!
Espléndido mundo, mi sempiterna escena,
¡Tu rayo me estremece, tu voz me reclama!
LLUVIA.

Lluvia veraniega, lluvia templada,
que susurra entre matas y arboleda,
¡Qué bueno es, y qué bendito,
soñar de nuevo hasta sentirme ahíto!

Tras tanto tiempo en la intemperie clara,
esta oleada me es desconocida.
Al alma misma le resulta rara
cualquier tendencia por otros dirigida.

Nada ambiciono y a nada aspiro,
salvo a dulces canciones infantiles,
y, ya en el hogar, me admiro
de ver realizados mis sueños pueriles.

¡Corazón, con tu osadía acostumbrada,
eres feliz, agitándote al viento,
sin pensar, sin saber nada,
sólo respirando, sólo sintiendo!.
CADUCIDAD.

Del árbol de mi vida
se desprenden hoja tras hoja.
¡Oh, mundo de delirios,
cómo nos sacias,
cómo nos sacias y fatigas,
cómo nos embriagas!
Lo que hoy aún florece,
pronto se marchita,
pronto sonará el viento
sobre mi tumba parad,
sobre el niño pequeño
se inclina la madre.
Quiero ver sus ojos de nuevo,
su mirada es mi estrella,
todo lo demás puede dispersarse,
todo muere, todo muere gustoso.
Sólo permanece la Madre eterna
de quien procedemos,
sus dedos escriben juguetones
nuestro nombre en el aire efímero.
EL CAMINANTE A LA MUERTE.

También por mí vendrás en su momento,
no me olvidarás,
y al final habrá el tormento
y la cadena romperás.

Extraña y remota pareces todavía,
querida hermana Muerte,
permaneces como una estrella fría
sobre mi triste suerte.

Pero un día te acercarás a mí,
toda fuego, ese día.
¡Ven, tómame, estoy aquí,
soy tuyo, amada mía!.

MAGIA DE LOS COLORES.

Aliento divino en todos los temas,
arriba cielo, debajo otro cielo;
canta la luz millares de poemas,
Dios se hace mundo de cromático velo.

El blanco al negro, lo cálido al frescor
se siente siempre de nuevo atraído,
y eternamente, del caótico ardor,
surge el arco iris siempre repetido.

Así por nuestras almas se pasea,
en la pena o la dicha que sintamos,
la luz de Dios, que decide, que crea,
y que nosotros como sol ensalzamos.

ATARDECER.

Al atardecer, los enamorados
cruzan lentamente el campo,
las mujeres sueltan sus cabellos,
los negociantes cuentan dinero,
los ciudadanos leen con angustia
las últimas noticias impresas,
los niños, con los puños cerrados,
duermen tranquilos y saciados.
Cada uno hace lo que debe,
cumpliendo el deber que tiene,
parejas, niños, ciudadanos...,
¡no he de hacerlos yo, acaso?

¡Claro! Al atardecer, mis actos,
de los que soy esclavo,
no pueden sustraerse al mundo,
tienen sentido profundo,
y por ello salgo, me paseo,
bailo para mis adentros,
entono canciones populares,
alabo a Dios y a mi mismo,
bebo vino y me imagino
que tal vez soy un pachá,
siento molestias de riñón,
sonrío y aún bebo más,
digo que sí al corazón
(no puedo por la mañana),
urdo, con penas pasadas,
jugando, una poesía;
estrellas y luna giran,
e, intuyendo su sentido,
siento que viajo con ellas:
¿A dónde? No lo sé.
HERMANN HESSE.
 (Calw, Baden-Wurtemberg, Alemania, 2 de julio de 1877 – Montagnola, Cantón del Tesino, Suiza, 9 de agosto de 1962), fue un escritor, poeta, novelista y pintor suizo de origen alemán.
Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946, como reconocimiento a su trayectoria literaria.

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