H. Hesse. Premio Nobel. |
GOZOS
DEL PINTOR.
El
campo cuesta dinero y nos da trigo,
las
alambradas delimitan el prado,
necesidad
y codicia son nuestro castigo,
todo
nos parece podrido y negado.
Pero
aquí en mis ojos vive e influye
un
orden de cosas muy diferente:
el
púrpura reina y el violeta fluye,
y yo
entono su canción inocente.
Gualda
con gualda, gualda y rojo unidos,
frescos
azules de rojos matices,
color
y luz, en mil mundos fundidos,
se
mecen y tiñen en oleadas felices.
Reina
el espíritu que todo lo cura,
resuena
el verde de una fresca fuente,
el
mundo se reparte con nueva cordura
y en
el corazón hay un gozo fulgente.
CEMENTERIO
RURAL.
Sobre
cruces torcidas, hiedras en manto,
sol
amable, fragancia de abejas en canto.
Los
que aquí yacéis, sed bienaventurados,
en el
seno de la buena tierra abrigados.
¡Dichosos,
volvéis al dulce hogar,
al
anónimo regazo materno, para descansar!
¡Más
oíd, las abejas, zumbido y vuelo,
me
cantan sed de vida y un existencial anhelo!
Del
hondo sueño de las raíces mana
una
urgencia de luz en la mañana,
ansias
de vida, desde la oscuridad,
se
transforman, pidiendo actualidad,
y la
Madre Tierra, con regios alientos,
se
estremece en imperiosos nacimientos.
Con
sus tumbas, el camposanto entero
no es
más que un sueño, nocturno y ligero.
El
humo no es más que el sueño de la muerte,
y,
como un leño, el fuego de la vida crepita fuerte.
PASEO
AL ATARDECER.
Camino
tarde por senderos polvorientos,
las
sombras de los muros caen oblicuamente,
y
puedo vislumbrar a través de los sarmientos
la
luna sobre sendas y arroyos silentes.
Canciones
que un día entonara en el pasado,
entono
una vez más, con acento cansino,
y las
sombras infinitas de lo que he viajado
se
cruzan e interponen en mi camino.
El
viento, la nieve y el calor solar
de
muchos años, tras de mí resuenan,
noches
de verano y azul relampaguear,
tormentas
e incomodidades que apenan.
Con la
piel tostada y del todo invadido
por el
esplendor del universo entero,
siempre
hacia adelante me siento atraído,
hasta
que las sombras cubren mi sendero.
EXTRAVÍO.
Vagabundo
nocturno por bosque y quebrada,
un
fantástico cerco arde a mi alrededor,
acosado
o maldito, no me importa nada,
yo
continúo fiel a mi impulso interior.
¡Cuán
a menudo la realidad me ha llamado,
esa en
que vivís vosotros, a su lado!
Despierto
y temeroso en ella residí,
hasta
que pronto, en cuanto pude, huí.
¡Oh,
patria cálida, que quitarme queréis,
oh,
sueño de amor, no me lo arrebatéis!
Hacia
él por mil esclusas tiene que manar
mi
ser, como las aguas fluyen al mar.
Fuentes
secretas me guían con cadencia,
aves
de ensueño agitan su plumaje brillante;
suena
de nuevo el canto de mi adolescencia
y
entre zumbidos y trenzas de oro radiante
vuelvo,
sollozando, a la materna presencia.
ESPLÉNDIDO
MUNDO.
Ya sea
joven o viejo, siempre siento igual:
un
monte en la noche, una mujer callada en el balcón,
un
camino blanco, el reflejo lunar
me
llenan de nostalgia y anhelo el corazón.
Oh,
mundo ardiente;
oh
mujer blanca en el balcón;
un
perro ladra en el valle, pasa un
tren lejano;
¡Cómo
mentís, cuán amarga es vuestra decepción!
Y aun
así seguís siendo mi sueño dulce y vano.
La
espantosa "realidad" con frecuencia he buscado,
donde
reinan asesores, ley, moda y dinero,
pero
siempre he huido, libre y desengañado,
hacia
la dulce locura y el sueño hechicero.
¡Aire
nocturno y cálido, gitana morena,
mundo
de loco anhelo y poética llama!
Espléndido
mundo, mi sempiterna escena,
¡Tu
rayo me estremece, tu voz me reclama!
LLUVIA.
Lluvia
veraniega, lluvia templada,
que
susurra entre matas y arboleda,
¡Qué
bueno es, y qué bendito,
soñar
de nuevo hasta sentirme ahíto!
Tras
tanto tiempo en la intemperie clara,
esta
oleada me es desconocida.
Al
alma misma le resulta rara
cualquier
tendencia por otros dirigida.
Nada
ambiciono y a nada aspiro,
salvo
a dulces canciones infantiles,
y, ya
en el hogar, me admiro
de ver
realizados mis sueños pueriles.
¡Corazón,
con tu osadía acostumbrada,
eres
feliz, agitándote al viento,
sin
pensar, sin saber nada,
sólo
respirando, sólo sintiendo!.
CADUCIDAD.
Del
árbol de mi vida
se
desprenden hoja tras hoja.
¡Oh,
mundo de delirios,
cómo
nos sacias,
cómo
nos sacias y fatigas,
cómo
nos embriagas!
Lo que
hoy aún florece,
pronto
se marchita,
pronto
sonará el viento
sobre
mi tumba parad,
sobre
el niño pequeño
se
inclina la madre.
Quiero
ver sus ojos de nuevo,
su
mirada es mi estrella,
todo
lo demás puede dispersarse,
todo
muere, todo muere gustoso.
Sólo
permanece la Madre eterna
de
quien procedemos,
sus
dedos escriben juguetones
nuestro
nombre en el aire efímero.
EL
CAMINANTE A LA MUERTE.
También
por mí vendrás en su momento,
no me
olvidarás,
y al
final habrá el tormento
y la
cadena romperás.
Extraña
y remota pareces todavía,
querida
hermana Muerte,
permaneces
como una estrella fría
sobre
mi triste suerte.
Pero
un día te acercarás a mí,
toda
fuego, ese día.
¡Ven,
tómame, estoy aquí,
soy
tuyo, amada mía!.
MAGIA
DE LOS COLORES.
Aliento
divino en todos los temas,
arriba
cielo, debajo otro cielo;
canta
la luz millares de poemas,
Dios
se hace mundo de cromático velo.
El
blanco al negro, lo cálido al frescor
se
siente siempre de nuevo atraído,
y
eternamente, del caótico ardor,
surge
el arco iris siempre repetido.
Así
por nuestras almas se pasea,
en la
pena o la dicha que sintamos,
la luz
de Dios, que decide, que crea,
y que
nosotros como sol ensalzamos.
ATARDECER.
Al
atardecer, los enamorados
cruzan
lentamente el campo,
las
mujeres sueltan sus cabellos,
los
negociantes cuentan dinero,
los
ciudadanos leen con angustia
las
últimas noticias impresas,
los
niños, con los puños cerrados,
duermen
tranquilos y saciados.
Cada
uno hace lo que debe,
cumpliendo
el deber que tiene,
parejas,
niños, ciudadanos...,
¡no
he de hacerlos yo, acaso?
¡Claro!
Al atardecer, mis actos,
de los
que soy esclavo,
no
pueden sustraerse al mundo,
tienen
sentido profundo,
y por
ello salgo, me paseo,
bailo
para mis adentros,
entono
canciones populares,
alabo
a Dios y a mi mismo,
bebo
vino y me imagino
que
tal vez soy un pachá,
siento
molestias de riñón,
sonrío
y aún bebo más,
digo
que sí al corazón
(no
puedo por la mañana),
urdo,
con penas pasadas,
jugando,
una poesía;
estrellas
y luna giran,
e,
intuyendo su sentido,
siento
que viajo con ellas:
¿A
dónde? No lo sé.
HERMANN
HESSE.
(Calw, Baden-Wurtemberg, Alemania, 2 de julio de 1877 – Montagnola, Cantón del Tesino, Suiza, 9 de agosto de 1962), fue un escritor, poeta, novelista y pintor suizo de origen alemán.
Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946, como reconocimiento a su trayectoria literaria.
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