CANCIÓN
DE AYER.
Un
largo, un
oscuro salón rumoroso
cuyos
confines parecían perderse en la edad balsámica.
Recuerdo
como tres antorchas áureas nuestras cabezas inclinadas
sobre
aquel libro viejo que rumoraba profundamente en la noche.
Y
la noche golpeaba con leves nudillos en la puerta de roble.
Y
en los rincones tantas imágenes bellas, tanto camino
soleado,
bajo una leve capa de sombra luciente como terciopelo.
La
voz de Saúl me era una barca melodiosa.
Pero
yo prefería el silencio, el silencio de rosas y plumas,
de
Vicente el menor, que era como un ángel
que
hubiese escondido su par de alas en un profundo armario.
Más,
¿quién era esa alta, trémula mujer en el salón profundo?,
¿quién
la bella criatura en nuestros sueños profusos?
¿Quizá
la esbelta beldad por quien cantaba nuestra sangre?
¿O
así, tan joven, de luz y silencio, nuestra madre?
O
acaso, acaso esa mujer era la misma música,
la
desnuda música avanzando desde el piano,
avanzando
por el largo, por el oscuro salón como en un sueño.
…........................................................
(A
ti, lejano Esteban, que bebiste mi vino,
te
lo quiero contar, te lo cuento en humanas míseras palabras:
Cuando
estás en la sombra, cuando tus sueños bajan
de
una estrella a otra hasta tu lecho,
y
entre tus propios sueños eres humo de incienso,
quizá
entonces comprendas, quizá sientas,
por
qué en mi voz y en mi palabra hay niebla.)
…...........................................................
Un
largo, oscuro salón, tal vez la infancia
leíamos
los tres y escuchábamos el rumor de la vida,
en
la noche tibia, destrenzaba, en la noche
con
brisas del bosque. Y el grande, oscuro piano,
llenaba
de ángeles de música toda la vieja casa.
CLIMA.
Este
verde poema, hoja por hoja,
lo
mece un viento fértil, suroeste,
este
poema es un país que sueña,
nube
de luz y brisa de hojas verdes.
Tumbos
del agua, piedras, nubes, hojas
y
un soplo ágil en todo, son el canto.
Palmas
había, palmas y las brisas
y
una luz como espadas por el ámbito.
El
viento fiel que mece mi poema,
el
viento fiel que la canción impele,
hojas
meció, nubes meció, contento
de
mecer nubes blancas y hojas verdes.
Yo
soy la voz que al viento dio canciones
puras
en el oeste de mis nubes,
mi
corazón en toda palma, roto
dátil,
unió los horizontes múltiples.
Y
en mi país apacentado nubes,
puse
en el sur mi corazón, y al norte,
cual
dos aves rapaces, persiguieron
mis
ojos, el rebaño de horizontes.
La
vida es bella, dura mano, dedos
tímidos
el formar el frágil vaso
de
tu canción, lo colmes de tu gozo
o
de escondidas mieles de tu llanto.
Ese
verde poema, hoja por hoja
lo
mece un viento fértil, un esbelto
viento
que amó del sur hierbas y cielos,
este
poema es el país del viento.
Bajo
un cielo de espadas, tierra oscura,
árboles
verdes, verde algarabía
de
las hojas menudas y el moroso
viento
mueve las hojas y los días.
Dance
el viento y las verdes lontananzas
me
llamen con recónditos rumores:
dócil
mujer, de miel henchido el seno,
amó
bajo las palmas mis canciones.
Aurelio Arturo.
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