CANCIÓN
DE LA NOCHE CALLADA.
En
la noche balsámica, en la noche,
cuando
suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo
crecer las mujeres en la penumbra malva
y
caer de sus párpados la sombra gota a gota.
Oigo
engrosar sus brazos en las ondas penumbras
y
podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.
Una
palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja
verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
cuando
la sombra es el crecer desmesurado de los árboles,
me
besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y
hay en mi corazón una gran luz del sol y maravilla.
En
medio de una noche con rumor de floresta
como
el ruido levísimo del caer de una estrella,
yo
desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto
al cuerpo núbil de una mujer morena
y
dulce, como a la orilla de un valle dormido.
Y
en la noche de hojas y estrellas murmurantes,
yo
amé un país y es de su limo oscuro
parva
porción el corazón acerbo;
yo
amé un país que me es una doncella,
un
rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.
Yo
amé un país y de él traje una estrellada
que
me es herida en el costado, y traje
un
grito de mujer entre mi carne.
En
la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando
las latas hojas ya son de luz, eternas...
Más
si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si
ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué
encontraré en los valles que rizan alas breves?,
¿qué
lumbre buscaré sin días y sin noches?
QUÉ
NOCHE DE HOJAS SUAVES.
Qué
noche de hojas suaves y de sombras
de
hojas y de sombras de tus párpados,
la
noche toda turba en ti, tendida,
palpitante
de aromas y de astros.
El
aire besa, el aire besa y vibre
como
un bronce en el límite lontano
y
el aliento en que fulgen las palabras
desnuda,
puro, todo cuerpo humano.
Yo
soy el que has querido, piel sinuosa,
yo
soy el que tu sueñas, ojos llenos
de
esa sombra tenaz en que boscajes
abren
y cierran párpados serenos.
Qué
noche de recónditas y graves
sombras
de hojas, sombras de tus párpados:
está
en la tierra el grito mío, ardiendo,
y
quema su silencio como un labio.
Era
una noche y una noche nada
es,
pregona en sus cántigas el viento:
aún
oigo tu anhelar, tu germinar melódico
y
tu rumor de dátiles al viento.
Y
he de cantar en días derivantes
por
ondas de oro, y en la noche abierta
que
enturbiará de tí mi pensamiento,
he
de cantar con voz de sombra llena.
Qué
noche de hojas suaves y de sombras
de
hojas y de sombras de tus párpados,
la
noche toda turba en ti, tendida
palpitante
de aromas y de astros.
Aurelio
Arturo.
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