miércoles, 11 de abril de 2012

POESÍA DE SAINT-JOHN PERSE.

Selección.
 
ELOGIOS.
V.
Las aguas tranquilas son como leche
y todo lo que se extiende entre las blandas soledades de la mañana.
El puente lavado, antes del amanecer, por un agua en sueños semejante a la
mezcla del alba, forma una hermosa relación con el cielo. Y la infancia adorable del
día, por el emparrado de las tiendas rodadas, desciende hasta mi canción.
Infancia, mi amor, ¿no era más que eso?
Infancia, mi amor... el doble anillo del ojo y la felicidad de amar...
Hace tiempo tan sereno y tan tibio,
un tiempo tan continuo
que parece extraño estar allí, con las manos atadas a la facilidad del día...
Infancia, mi amor, no hay más que ceder... Pero, ¿lo he dicho ya?, no quiero
remover más
esas sábanas, allí, en lo incurable, entre las verdes soledades de la mañana... Pero,
¿lo he dicho ya?, sólo hay que servir.
como de vieja cuerda... Y este corazón, este corazón, ¡allí!, arrastrándose sobre los
puentes más humildes y más salvajes y más, que un viejo estropajo,
estenuado...
VI.
Y otros suben, a su vez, sobre el puente,
y yo ruego que todavía no se extienda la lona..., pero el farol, podéis muy bien
apagarlo...
Infancia, mi amor, ha amanecido, son
las cosas dulces quienes suplican, como al odio cantar,
dulces como la vergüenza que tiembla en los labios de las cosas dichas de perfil,
oh dulces y suplicantes como la voz dulce del varón si consiente en doblegar su
alma hacia quien se doblega...
Y ahora os pregunto, ¿no es acaso la mañana... una facilidad de la respiración
y la infancia agresiva del día, dulce como el canto que dilata los ojos?
XI.
Como láminas de fondo
se saca de los almacenes grandes hojas flexibles de metal: áridas, temblorosas,
devolviendo -captada- una vertiente del cielo.
Para ver, hay que ponerse a la sombra. Si no, nada.
La ciudad es rabiosamente amarilla. El Sol precipita en las dársenas una quimera de
rayos. Un bajel de frituras que se desliza por un etremo de la calle
escarpada, mientras por el otro, retorcida, se familiariza con el polvo de las
tumbas.
(Pues allí es el cementerio quien reina, tan alto, con sus laderas de piedra pómez:
horadado de nichos, plantado de árboles que son como dorsos de casuarios.)
XVII.
“Cuando hayas acabado de peinarme, dejaré de odiarté”
El niño quiere que le peinen en el umbral de la puerta.
“No me tires así del pelo. Ya está bien para que me toques. Cuando me hayas
peinado, te odiaré”.
Sin embargo, la prudencia del día adquiere forma de un bello árbol,
y el árbol, que al balancearse
pierde un puñado de pájaros
en las lagunas del cielo, descama un verde tan hermoso como el de la chinche de
agua.
“No me tires tanto del pelo...”
XVIII.
Ahora dejadme, me voy solo.
Saldré, pues tengo un asunto: un insecto me espera para hacer un trato. Me causa
júbilo
su voluminoso ojo de facetas: anguloso, imprevisto, como el fruto del ciprés.
O tengo una alianza con las piedras de vetas azules: y me dejaréis igualmente,
sentado, con la amistad de mis rodillas.
 
MARES.
2.
“Os haré llorar, existe demasiada gracia entre nosotros.
Llorar de gracia, no de pena, dice el Cantor del más hermoso canto,
Con esa emoción pura del corazón cuya fuente ignoro.
Como ignoro el puro instante de mar que precede a la brisa...”
Hablaba así el hombre de mar, siendo propósito de hombre de mar.
Alababa así, alabando el amor y el deseo de mar,
Y hacia el mar, desde todas partes, ese manar contínuo de las fuentes del placer...
“Es una historia que contaré, una historia que todos oirán,
Una historia que contaré como conviene que sea contada.
Y será contada con tal gracia que necesariamente todos se regocijarán:
Cierro, una historia que se quisiera oír aún en la indiferencia de la muerte
Y tan parecida, en su frescor, al corazón del hombre sin memoria,
Que la creeremos una nueva gracia, como brisa de estuario a la vista de las
lámparas de la tierra.
Y los que la oigan, sentados bajo el inmenso árbol de la tristeza,
Se levantarán, se levantarán con nosotros y, sonrientes, irán
Entre los helechos primeros de la infancia y el desarrollo de los báculos de la
muerte”.
3.
Poesía para acompañar la marcha de una declamación en honor del Mae.
Poesía para ayudar al canto de una marcha a todo alrededor del Mar.
Como la empresa de dar vueltas al altar y la gravitación del coro en el circuito de la
estrofa.
Es una canto de mar como nunca fue cantado, pues es el Mar en nosotros quien lo
cantará:
El Mar, llevado en nosotros, hasta la consumación del aliento y la peroración del
aliento,
El Mar, en nosotros, llevando su sedoso rumor de alta mar y su inmensa frescura
de fortuna por el mundo.
Poesía para calmar la fiebre de una velada en un periplo de mar. Poesía para vivir
más intensamente nuestra velada entre las delicias del mar.
Y es un sueño de mar como nunca fue soñado, pues es el Mar en nosotros quien lo
soñará:
El Mar, rejido en nosotros, hasta en sus zarzas abismales, el Mar, en nosotros,
tejiendo sus grandes horas de luz y sus grandes pistas de tinieblas-
El Mar, todo licencia, todo nacimiento y todo contricción, el Mar, en su aflujo de
mar,
En la afluencia de sus burbujas y en la infusa sabiduría de su leche, ah, en la
ebullición sagrada de sus vocales - ¡las santas hijas! ¡las santas hijas!-
El Mar mismo todo espuma, como Sibila en flor sobre su silla de hierro...
6.
*
Pero tú regresarás, ¡presencia!, con el primer viento de la noche,
En tu sustancia y tu carne y tu peso de mar, ¡oh arcilla!, en tu color de piedra de
establo y de dolmen, ¡oh mar! -entre los hombres engendrados y sus comarcas de
encinas y robles, tú, Mar de fuerza y de trabajo, Mar con perfume de entrañas de
hembras y de fósforo, haciendo restallar los largos látigos del rapto. ¡Mar fascinable
por el fuego de los más hermosos actos del espíritu! (Cuando los bárbaros
permanecen en la Corte durante una breve temporada, su unión con las hijas de los
siervos, ¡realza con tan fuerte tono el tumulto de la sangre?)
“Condúceme, placer, por los caminos de todos los mares, con el estremecimiento
de todas las brisas en donde se avive el instante, como el pájaro vestido con su
vestidura de alas... Yo voy por un camino de alas, donde la tristeza misma no es
sino ala... El bello país natal está aún por reconquistar, el bello país del rey que
no ha vuelto a ver desde la infancia, y su defensa redide en mi canto. ¡Ordena, oh
pífano, la acción y la gracia de un amor que no nos ponga en las manos más que la
espada de la alegría!...”
Y vosotros, ¿qué sois vosotros, oh Sabios, para reprendernos? Si la fortuna de
mar, en su estación, puede nutrir todavía un gran poema que está fuera de toda
razón, ¿me negaréis el acceso a él? Tierra de mi señorío, que en ti pueda penetrar
sin sentir vergúenza de mi dicha... “¡Ah, que se acerque un Escribano, y yo le
dictaré...” ¿Y entonces, qué ser, nacido del hombre, se mantendría sin ofenderse
junto a mi alegría?
-Aquellos que desde que nacieron mantienen su conocimiento por encima del saber.

SAINT-JOHN PERSE.

Poeta y diplomático francés, nació en la isla de Guadalupe en 1887 y murió en Giens el 20 de septiembre de 1975. Se le otorgó el premio Nobel de Literatura en 1960. Su poesía es de inspiración cósmica y expresa, por su preciosismo, los temas más inmutables de la naturaleza, la eternidad y la muerte.
Su nombre verdadero Alexis Léger. Si bien su obra poética es escasa, y su popularidad se ve limitada por la complejidad y la oscuridad de su estilo, fue enormemente admirado por la crítica y por otros poetas. Entre sus obras se destacan Elogios, Anábasis, Destierro, Amargos y Pajaros.

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