viernes, 10 de mayo de 2013

POEMAS DE TAKUBOKU I.

Takuboku (Sin-Ichi Isikawa), poeta japonés que utilizó este seudónimo, que en japonés significa “Árbol susurrante”. Nació el 27 de octubre de 1885 en Jinoto. Murió a los 26 años de edad en Tokio, el 13 de abril de 1912.
La revolución poética de Takuboku consistió en tomar como temática de sus “tankas” o poemas cortos los sucesos de la vida, y no solamente, como era tradición centenaria casi inviolable, las bellezas naturales.
La tanka es una de las formas poéticas clásicas de Japón. La otra es el “haiku”, poema de tres líneas de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, sin rima. La tanka tiene cinco versos de cinco, siete, cinco, siete y siete sílabas, también sin rima. En sus obras de madurez, Takuboku adoptó la costumbre de reducir las líneas a tres, pero conservando los cinco grupos fonéticos y por tanto la longitud total del poema: 31 sílabas.
LOS DE MI CASA.
11
Despierta y no se levanta.
Cosas de la niña.
Mira, mujer
que es sólo tristeza.
No le riñas a tu hija.
12
Con un terrón de greda
llorando yo hacía
el rostro en llanto
de la madre mía.
Más pena ya no había.
13
Yo estaba solito
en un cuarto oscuro,
cuando mis padres
salieron con bastones
de dentro de un muro.
14
Jugando monte en hombros
a la madre mía,
y era tan liviana
que me eché a llorar
y ni andar podía.
15
No sé por qué salgo,
ni sé por qué vuelvo.
Botaratismo,
cosas mías.
¡No te rías, compañero!
16
Cada vez que tose
mi padre en la aldea¡toserá así?
¡Qué poco es un hombre
cualquiera, si enferma!
17
Cuando lloro y las niñas
de lejos me escuchan,
dirán que soy
como un perro enfermo
ladrando a la luna.
VIDA O MUERTE.
31
-¿Y morir por eso?
-¿Y morir para eso?
-Ah, basta, basta.
Dejémoslo, amigo.
Dejemos este argumento.
32
Hay días, pocos días,
que mi corazón
tranquilamente
se entretiene oyendo
dar la hora el reloj.
33
Me entran miedos mortales
que me dejan frío.
Miedos ¿de qué?
Luego lentamente
me estriego el ombligo.
34
Yo subí a la cumbre
de una gran montaña.
Sin un por qué
ondeé la gorra
y emprendí la bajada.
35
Eran muchos hombres,
y todos bregaban
-¿en qué sería?-
como en una rifa.
Ganas de entrar me daban.
36
Siempre que me enfado
rompo un jarrón, siempre.
Quiero morir
después de romper
setenta veces siete.
37
Sus ojos esquinados
me hurgan estos días.
Ese hombrecillo
que siempre me encuentro
dentro del tranvía.
38
Un día yo pasaba
por una espejería,
y me espanté
viendo en un espejo
la miseria que tenía.
39
Sin pensar en nada,
sólo porque sí,
me subí a un tren.
Cuando me bajé
no supe adonde ir.
40
Me metí una vez
en una casita
abandonada,
y allí fumaba.
Soledad quería.
41
Siempre que me ahogo
en soledad sin motivo
me pongo a andar.
Y ya van tres meses
que andando y andando vivo.
42
Quería un querer
como si enterrara
la cara ardiendo
ardiendo de fiebre
en la nieve blanca.
ALGO ME FALTA.
103
Lo mismo que un día,
hace mucho tiempo,
quería vino
con toda mi alma,
hoy quiero dinero.
104
Este corazón mío
¿de qué estará hecho?
Juega que juega
con bolas de cristal
y tan satisfecho.
105
Sin novedad alguna
y en todo feliz
voy engordando,
y con todo siento
que algo me falta a mí.
106
Una bola grande
de cristal de roca
quiero tener,
y mientras la miro,
ponerme a pensar cosas.
107
Como el que da una limosna
así yo escuchaba
a aquel cuentista
que era amigo mío.
La coba le daba.
108
Me desperté una mañana
de una pesadilla,
y lo primero
que llegó hasta mí
fue un olor a sopilla.
A JIDEKO JOTTA.
249
En aquella ventana
en aquella casa
-noche de mayo-
Jideko y yo estuvimos
oyendo a las ranas.
A UN AMIGO.
314
Yo a él le debía
hasta el pan que como.
¡Ay, la traición
que le hice a mis amigos
me lastima en lo hondo!
Takuboku.
Fuente: Un Puñado de Arena. Versión en español por Antonio Cabezas.

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