Takuboku (Sin-Ichi Isikawa),
poeta japonés que utilizó este seudónimo, que en japonés
significa “Árbol susurrante”. Nació el 27 de octubre de 1885 en
Jinoto. Murió a los 26 años de edad en Tokio, el 13 de abril de
1912.
La
revolución poética de Takuboku consistió en tomar como temática
de sus “tankas” o poemas cortos los sucesos de la vida, y no
solamente, como era tradición centenaria casi inviolable, las
bellezas naturales.
La
tanka es una de las formas poéticas clásicas de Japón. La otra es
el “haiku”, poema de tres líneas de cinco, siete y cinco sílabas
respectivamente, sin rima. La tanka tiene cinco versos de cinco,
siete, cinco, siete y siete sílabas, también sin rima. En sus obras
de madurez, Takuboku adoptó la costumbre de reducir las líneas a
tres, pero conservando los cinco grupos fonéticos y por tanto la
longitud total del poema: 31 sílabas.
LOS
DE MI CASA.
11
Despierta
y no se levanta.
Cosas
de la niña.
Mira,
mujer
que
es sólo tristeza.
No
le riñas a tu hija.
12
Con
un terrón de greda
llorando
yo hacía
el
rostro en llanto
de
la madre mía.
Más
pena ya no había.
13
Yo
estaba solito
en
un cuarto oscuro,
cuando
mis padres
salieron
con bastones
de
dentro de un muro.
14
Jugando
monte en hombros
a
la madre mía,
y
era tan liviana
que
me eché a llorar
y
ni andar podía.
15
No
sé por qué salgo,
ni
sé por qué vuelvo.
Botaratismo,
cosas
mías.
¡No
te rías, compañero!
16
Cada
vez que tose
mi
padre en la aldea¡toserá así?
¡Qué
poco es un hombre
cualquiera,
si enferma!
17
Cuando
lloro y las niñas
de
lejos me escuchan,
dirán
que soy
como
un perro enfermo
ladrando
a la luna.
VIDA
O MUERTE.
31
-¿Y
morir por eso?
-¿Y
morir para eso?
-Ah,
basta, basta.
Dejémoslo,
amigo.
Dejemos
este argumento.
32
Hay
días, pocos días,
que
mi corazón
tranquilamente
se
entretiene oyendo
dar
la hora el reloj.
33
Me
entran miedos mortales
que
me dejan frío.
Miedos
¿de qué?
Luego
lentamente
me
estriego el ombligo.
34
Yo
subí a la cumbre
de
una gran montaña.
Sin
un por qué
ondeé
la gorra
y
emprendí la bajada.
35
Eran
muchos hombres,
y
todos bregaban
-¿en
qué sería?-
como
en una rifa.
Ganas
de entrar me daban.
36
Siempre
que me enfado
rompo
un jarrón, siempre.
Quiero
morir
después
de romper
setenta
veces siete.
37
Sus
ojos esquinados
me
hurgan estos días.
Ese
hombrecillo
que
siempre me encuentro
dentro
del tranvía.
38
Un
día yo pasaba
por
una espejería,
y
me espanté
viendo
en un espejo
la
miseria que tenía.
39
Sin
pensar en nada,
sólo
porque sí,
me
subí a un tren.
Cuando
me bajé
no
supe adonde ir.
40
Me
metí una vez
en
una casita
abandonada,
y
allí fumaba.
Soledad
quería.
41
Siempre
que me ahogo
en
soledad sin motivo
me
pongo a andar.
Y
ya van tres meses
que
andando y andando vivo.
42
Quería
un querer
como
si enterrara
la
cara ardiendo
ardiendo
de fiebre
en
la nieve blanca.
ALGO
ME FALTA.
103
Lo
mismo que un día,
hace
mucho tiempo,
quería
vino
con
toda mi alma,
hoy
quiero dinero.
104
Este
corazón mío
¿de
qué estará hecho?
Juega
que juega
con
bolas de cristal
y
tan satisfecho.
105
Sin
novedad alguna
y
en todo feliz
voy
engordando,
y
con todo siento
que
algo me falta a mí.
106
Una
bola grande
de
cristal de roca
quiero
tener,
y
mientras la miro,
ponerme
a pensar cosas.
107
Como
el que da una limosna
así
yo escuchaba
a
aquel cuentista
que
era amigo mío.
La
coba le daba.
108
Me
desperté una mañana
de
una pesadilla,
y
lo primero
que
llegó hasta mí
fue
un olor a sopilla.
A
JIDEKO JOTTA.
249
En
aquella ventana
en
aquella casa
-noche
de mayo-
Jideko
y yo estuvimos
oyendo
a las ranas.
A
UN AMIGO.
314
Yo
a él le debía
hasta
el pan que como.
¡Ay,
la traición
que
le hice a mis amigos
me
lastima en lo hondo!
Takuboku.
Fuente:
Un Puñado de Arena. Versión en español por Antonio Cabezas.
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