lunes, 11 de abril de 2016

POEMAS DE MARUJA VIEIRA IV.

POR LA CALLE DEL PUEBLO.
Es un pueblo pequeño. En la iglesia hay
un retablo de ángeles.
Volvera tu recuerdo,
cuando en la madrugada la lluvia se detenga.



Y estarás como siempre,
llenándome de rosas y de sol. En las piedras
de la calle, brillantes por el agua caída,
será más luminosa la mano azul del día.



Pasaran los arcángeles antiguos de las horas,
por el quieto camino.



Veré bajar los hombres hacia el campo en cosecha,
junto al ruido monótono de las yuntas de bueyes.



Subirán las mujeres al pozo del milagro,
para buscar el agua limpia de las leyendas.



Y la voz de los niños hará crecer el tiempo,
como una ronda inquieta.



La montaña en la luz, flecha de la mañana,
se llevará tu rostro por un sueño de árboles.



Yo sentiré tu música desprenderse del aire,
cuando muevan los cedros sus verdes campanarios.



Y ya no serás tú, ni mi voz que te calla.
Serás aquel paisaje de enero en la distancia.

CLEPSIDRA.
Aquí, donde no estás,
La misma lluvia canta
y el musgo pinta sueños
en las piedras antiguas.



No se detiene el tiempo.
Su fina gota sigue
cayendo en la clepsidra.

SIEMPRE.
Siempre regresas.



Para tí no hay tiempo,
ni tiene oscuros límites la tierra.



Siempre vuelves.



Y siempre estoy aquí, esperando tus manos,
llenándome de sueños como de luz un árbol.



No hay nada diferente.
Todo es igual y puro.
Cuando vuelves.



No han pasado los días ni he sufrido. Estoy sola,
con el corazón limpio como una fuente nueva.



Tengo otra vez palabras y caminos,
y contigo regresan la brisa y las estrellas.



Regresan las campanas y los pájaros
me devuelves la música, el murmullo
de los ríos lejanos.
La claridad del monte,
la infinita verdad de que te amo.

COMO EL PARTIR DE UN BARCO.
Ya todo está más claro.
Como la tierra después de la lluvia.
Son los ojos después de las lágrimas.
El viento hace cantar
una vez más los árboles,
pero en la madrugada
tienen distinta voz las antiguas campanas.



Partió un barco.
El ancla la levantaron las manos más amadas.
Era un mar transparente, rumbo y ola
donde flotaba un sueve rostro pálido
y una playa del tiempo
que se quedaba atrás con nuestro llanto.



Que se quedaba con nuestro silencio
con nuestra música olvidada y quieta
con los cuartos vacios
con los libros cerrados
con esta soledad que nos asalta
cuando despierta el día sobre lechos intactos.



Las horas vuelven otra vez, iguales.
Todavía hay caminos con rosales y pájaros.
Los niños rien en la calle
y los viejos martillos clavan maderas nuevas.
La muerte en nuestra casa cumplió su fiel palabra.
Todo fue tan sencillo como el partir de un barco.

TIERRA YERMA.
La veía de lejos.
Aquella soledad de campo sin espigas
de viento sin canciones y noches sin hogueras.
No me había detenido
a escuchar el lamento de la semilla inquieta
caída con su inutil dulzura de promesa
sobre la desolada comarca de la piedra.
No se sentía la inmensa
infinita amargura del árbol, cuya sombra
no hace crecer la hierba.
Hoy estuve en silencio.
Mientras las horas lentas robaban por mi frente.
Y sentí mi vacio
mi soledad tenaz de cielo y tierra.



Tendí las manos frías
y el aire en ella fue pesado y tenso
como un arco de sombra. Alcé la frente
y la luz se detuvo ante mis ojos.
Sin cruzar el umbral, amarga absorta.
Hondura inútil de la tierra estéril!

LA FLOR DEL SILENCIO.
Hora extraña, leve.
Se borra el contorno
del tiempo.
La música viva
del aire está quieta
la flor del silencio
deshoja, uno a uno,
sus pétalos.
Suavemente viene
soñando caminos de amor.
Tu recuerdo.
MARUJA VIEIRA.



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