OTRO
DÍA DE TRABAJO.
Tengo
tantas
melancolías
en
mi alma
que
no sé
por
cual de ellas
empezar
a sufrir.
OJO
POR OJO.
A
través de la horqueta que forman las ramas de un mango -para ella,
una rendija- asoma la luna su enorme y brillante globo ocular, que se
me lanza encima, todo, rotundo, con una mirada de inquisición
implacable.
A
ese ojo pétreo, trato de oponer el brillo efervescente con que una
suave ebriedad natural irradía en los míos.
Luna,
el fuego con que miras es tranquilo, casi helado. El mio, se agita
como el de una hoguera.
LAS
VIEJAS HERIDAS.
Las
viejas heridas
son
monstruos que duermen con pérfida placidez,
furias
transitoriamente desactivadas,
intervalos
de silencio entre dos gritos desgarrados,
que
un mal día
despiertan
a un terrible conjuro,
despiertan
a un terrible llamado
de
algún invisible y atroz enemigo,
y
renuevan su punzada, su dolor,
como
un extendido cuero de tigre
que,
en el centro de la apacible sala,
reincorporándose
de súbito, se arrojara contra nosotros,
armado
otra vez de rugidos y de garras.
Soltando
la costura a su sórdida materia,
las
viejas heridas vuelven a ensangrentar la vida,
dejando
brotar lo que debió
permanecer
cegado para siempre.
Joaquín
Mattos Omar.
Nació
en Santa Marta, Magdalena, en 1960.
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