lunes, 18 de enero de 2016

DOS POEMAS DE WILLIAM OSPINA.

EL MONGOL.

Nunca supimos cuándo la desesperante blancura se había convertido en otro imperio.
El idioma del lobo era el mismo, y no le repugnó nuestra carne.Pero todo hombre sabe que a través de cada nuevo pinar es otro el que envía sus rayos,
que son las angustias de la tierra las que determinan los nombres del cielo.¿Descubridor de un mundo? Un fugitivo perseguido por las uñas del viento,
amoratado por el odio del sol, escribiendo blancas palabras en el aire translúcido,
luchando sólo por evitar que la blanda tierra bajo mis pies se enardeciera en tumba.



Mientras es el nombre azul del amanecer, allá donde los días flotan como muros de cuarzo.
Muerte es el nombre de los dientes amarillos del lobo.
Muerte es el nombre de la luna salpicada de escarcha y de sangre,
cuando el guerrero cae a medianoche sobre la sorda estepa.



Hasta el amor cerca del fuego tenía un olor de frescas entrañas de morsa,
y el niño recien nacido bajo el cielo de pieles tenía olor de pez,
y en la tarde teñida de salmones veíamos aparecer los miles de ojos de coyote del cielo.



Oh noche en que los demonios aún no tienen nombre.
Oh estanques de labios de hielo donde se refleja un gris sin pájaros.
Oh l a punta dentada del arpón codiciando la carne de los rojos planetas.



Allí donde el día está amurallado de hielo,
allí donde el ansía de amor no es más que frío en los labios,
allí donde las nubes de pelaje de oso se sumergen en la tiniebla,
estuvo un día mi corazón anudando los vientos,
estuvo mi carne sosteniendo las enormes montañas.



Los viejos están llorando junto a los grandes lagos azules,
los niños pintan de rojo tibio los vegetales cuernos del alce,
y la luna es un pez inmóvil que acaba de morir en el cielo,
y los delgados aullidos remotos llegan a través de la crepitación de la hoguera,
y ese largo camino blanco que nunca más desandaremos
tiene color de los colmillos que no se han manchado en tres días.

EL AMOR DE LOS HIJOS DEL ÁGUILA.
En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.
En la hoja del remo ya está, invisible el agua.
En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles,
las ondas del estanque.
En mis labios ya están, invisibles, tus labios.

WILLIAM OSPINA.
Padua, Tolima, Colombia, 1954.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

A VECES LLEGABAN ... CARTAS.

Las cartas de amor no se estilan hoy en día, pero fueron y seran importantes dentro de la historia de la humanidad por la expresión de se...